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- SUCEDÁNEOS SINTÉTICOS DEL OPIO
- Derivados muchas veces del alquitrán de hulla y aceite pesado, los opiáceos de síntesis empezaron a aparecer masivamente poco antes de estallar la Segunda Guerra Mundial, en parte porque permitían esquivar las restricciones legislativas al uso de los naturales, y en parte porque aseguraban una autonomía a los futuros contendientes, que podrían ver cortados sus suministros de opio durante el conflicto.
- Algunos son menos activos que la morfina (como meperidina o pentazocina), bastantes son más activos. La buprenorfina (Buprex) por ejemplo, es unas cuarenta veces más potente por unidad de peso, y ciertas formas de fentanil (usado en anestesia general) llegan a ser hasta seis mil veces más potentes; el techo parece corresponder por ahora a la etorfina, que con diez mil veces menos cantidad produce un efecto narcótico comparable. Naturalmente, estas sustancias se emplean para adulterar o suplantar a la heroína en el mercado negro, producidas directamente por laboratorios clandestinos o mediante partidas del mercado farmacéutico legal desviadas con tales fines.
- Como la lista de estos compuestos abarca cientos de sustancias, aludiré a tres entre las más promocionadas.
- Metadona
- Llamada inicialmente “dolorfina” por su fabricante, en homenaje al nombre propio de Hitler, esta droga fue ofrecida en 1939 a los médicos del ejército alemán como analgésico. Sin embargo, bastaron unos meses de experimentos para que la sanidad militar la desechase por “demasiado peligrosa”. Años más tarde renació en Estados Unidos como sedante y remedio contra la tos, pero no adquirió sentido providencial hasta mediados los años setenta, cuando el presidente Nixon lanzó la idea de que era una “droga contrarrevolucionaria”, capaz de curar a los heroinómanos. Actualmente se emplea en buena parte del mundo como “rehabilitación y tratamiento” para consumidores de opiáceos naturales, siguiendo las directrices americanas. Con todo, sólo una mínima fracción de los yonkis parece dispuesta a sustituir su heroína por metadona.
- I.
- Esta sustancia es algo más potente que la morfina, pues induce analgesia ya en dosis de 7,5 miligramos, que equivalen a 10 o 12 de morfina. Con todo, su margen de seguridad es inferior, porque no hay un paralelismo estricto entre analgesia y depresión respiratoria, y ésta persiste cuando la analgesia ha desaparecido ya. Como consecuencia de ello, y sobre todo de que su fijación a los diversos centros cerebrales es variable, pueden producirse acumulaciones peligrosas simplemente por renovación periódica de dosis idénticas. La cantidad mortal empieza a los 50 miligramos para una persona de unos 70 kilos y sin hábito; como 3 miligramos son ya activos, su margen de seguridad ronda el 1 a 20, aunque —por los motivos recién expuestos— parece más prudente fijarlo en 1 a 15. Con respiración asistida ese margen aumenta mucho, como sucede con los opiáceos naturales.
- Se asimila bien por vía oral, y la acción de dosis leves o medias persiste durante diez o doce horas, casi el doble que en el caso de morfina y heroína. Por contrapartida, su vida media en el organismo es de 13 a 55 horas, mientras heroína y morfina nunca superan las 3. Al retirarse del consumo, un heroinómano se despoja de todo rastro de heroína en tres o cinco días, mientras un metadonómano conserva esa sustancia unos quince. De ahí que algunos farmacólogos la definan como “cárcel química”.
- Los demás efectos secundarios se parecen a los de la morfina (estreñimiento, depresión generalizada), aunque la larga permanencia del fármaco en los tejidos orgánicos sugiera mayores precauciones en caso de insuficiencia hepática o renal. Por lo que respecta al síndrome de abstinencia, oímos decir que es “suave” en comparación con el de opiáceos naturales. Lo cierto es que resulta dos o tres veces más prolongado. Como todos los mantenidos en metadona reciben la droga pura, mientras los llamados heroinómanos rara vez usan heroína con concentraciones superiores al 5%, en la práctica resulta mucho más grave y nocivo el síndrome de los primeros que el de los segundos. Sólo son excepción los heroinómanos que consumen sucedáneos adictivos de otro tipo (como barbitúricos y tranquilizantes), pues en tal caso su reacción abstinencial puede ser extremadamente dura.
- Es conocida la capacidad de la metadona para interrumpir el síndrome abstinencial de opiáceos naturales. Un adicto a morfina que esté administrándose 500 miligramos diarios, por ejemplo, no sufrirá síntomas físicos de privación si recibe a cambio 150 miligramos de metadona. Basándose en ello, quienes preconizan el tratamiento sustitutivo con metadona van elevando el consumo de esta droga hasta producir el llamado “bloqueo narcótico”, un estado donde ni siquiera altas dosis de heroína podrían provocar reacciones eufóricas.
- II.
- En cantidad suficiente, la metadona produce cierta sedación y analgesia. Mi experiencia se limita a unas diez grageas de 5 miligramos, y coincido con los verdaderos conocedores en que se trata de un apaciguador psíquicamente muy romo, nada satisfactorio como vehículo eufórico. El usuario percibe en vez de clama una promesa incumplida de tal cosa, experimentada como a lo lejos, de un modo frustrante, sin inclinación a relacionarse relajadamente con otros, y privado también de las ensoñaciones que constituyen la parte estética de opio y heroína.
- Ello explica que una inmensa mayoría de los mantenidos en metadona traten de reorientar su estado con alcohol, estimulantes y tranquilizantes, para potenciar sus efectos analgésicos, o para limar aspectos incómodos de la intoxicación. Semejante cosa pone en entredicho el “bloqueo narcótico” pretendido, salvo que por narcótico se entienda única y exclusivamente heroína. Como decía un adicto sostenido por el municipio de Nueva York: “Yo no soportaba los Valiums, pero si los tomo con zumo de metadona es como si tuviese una fábrica de niebla en el cerebro; siempre que tomo zumo me inyecto coca”.
- III.
- La metadona sólo parece útil para: a) abandonar un hábito de opiáceos naturales sin sufrir de inmediato una reacción de abstinencia; b) mantener el hábito —e incluso incrementarlo— sin estigma social.
- Por lo que respecta a la primera finalidad, quien decida dejar la heroína con ayuda de metadona actúa como quien decide abandonar el whisky con ayuda de ginebra; no hay exageración alguna en el ejemplo, pues ambas sustancias son igualmente adictivas aunque la resaca de la segunda es superior a la resaca de la primera. A mi juicio, esta sustitución sólo puede ser de provecho si el individuo quiere, conscientemente, sustituir una droga con alto valor eufórico por otra con mínimo valor eufórico; si está realmente decidido a prescindir de la eufórica, no es descabellado administrarse durante algunos días o semanas la poca eufórica, y más adelante hacer frente a la reacción abstinencial. Sin embargo, son muy raros —a nivel estadístico— estos casos de auténtica buena fe, y allí donde existen es innecesario hacer desvíos semejantes; el sujeto decide abandonar el vicio, y de un modo súbito o gradual cumple su propósito. Recordemos que el factor menos decisivo para la persistencia de un hábito son unos días de molestias, y que mucho más peso tiene ese hábito en administración del tiempo, relaciones sociales, estado de ánimo, etc., del sujeto.
- Por lo que respecta a la segunda finalidad, que es mantener una dependencia sin estigma, e incluso con subvenciones como bonos de comida o terapia de apoyo psicológico, su principio no es otro que la hipocresía, y su resultado tampoco puede ser otro que una pluridependencia. El porcentaje de personas que dejan de usar heroína entrando en programas de metadona es incomparablemente inferior al porcentaje de personas que por propia iniciativa abandonan o controlan satisfactoriamente el consumo de esa droga. De hecho, parece que en el mundo entero ni un solo consumidor de metadona por consejo publico ha dejado de ser para sí y para los demás un adicto; los acogidos a esa supuesta beneficencia hacen pronto o tarde operaciones de reventa en el mercado negro, padecen la misma proporción de intoxicaciones accidentales y, por supuesto, conservan intacta la nostalgia de un apaciguador euforizante.
- Buprenorfina
- Lo mismo cabe decir de otros narcóticos ofrecidos por el mercado blanco, como ahora sucede con la buprenorfina (Buprex). En dosis analgésicas (dos o tres comprimidos de 0,2 miligramos) induce un cuadro parecido al de la metadona, con posibles náuseas, vómitos, vértigo y sudoración. Posee también una larga vida media, lo cual explica que el síndrome de abstinencia sea bastante más prolongado que el de heroína o morfina, y empiece días después de haberse suspendido la administración. Dos experiencias, con dosis altas, me confirman que el efecto subjetivo se parece al de la metadona; es un estado mucho más próximo al sordo estupor que al semisueño, acompañado por dificultades para coordinar los movimientos, que al día siguiente induce abatimiento, molestias intestinales y otras sensaciones incómodas. Hacerlas desaparecer es un motivo para repetir la administración.
- En otras palabras, constituye una droga casi exclusivamente adictiva, que “engancha” sin producir euforia, tras de la cual empieza a montarse un emporio como el que inauguró la metadona. Esos intereses se atreven incluso a preconizarla como cura para usuarios (compulsivos o no) de cocaína, alegando que monos acostumbrados a usar el estimulante redujeron su consumo al recibir altas dosis de buprenorfina. Por el lado underground, algunos adictos norteamericanos dicen que unida a ciertos sedantes (los que contienen glutetimida) produce efectos eufóricos.
- Pentazocina
- Este fármaco lo lanzó su fabricante americano en 1967, con una extraordinaria campaña publicitaria donde era presentado como analgésico-sedante ideal, potente y no adictivo. Según su prospecto, abría “una nueva era médica, que asistirá pronto a la desaparición del tan extendido abuso de estupefacientes”.
- En 1984, cuando la pentazocina se vendía libremente en todo el orbe, varios países del Tercer Mundo presentaron informes a la OMS indicando graves abusos en dispensación y consumo. Para ser exactos, desde 1968 se conocían casos de adictos y sujetos idiotizados por el empleo de la droga, pero la habilidad del fabricante logró sortear los datos desfavorables hasta el día de hoy.
- No vale la pena perder mucho tiempo con toxicología y usos sensatos de este producto, que es uno más en la malizia farmacológica contemporánea. Tres veces menos potente que la morfina como analgésico, y de efectos mucho más groseros, su principal característica es un margen de seguridad ridículamente pequeño. La dosis mínima para combatir dolores medios y graves es de 30 miligramos, pero más allá de los 60 miligramos puede producir desastrosos efectos secundarios: entre ellos no sólo la depresión respiratoria, taquicardia y brusco aumento de la presión arterial, sino brotes de conducta demente y episodios de malestar muy intenso. Por supuesto, eso no disuadió a bastantes usuarios, que faltos de productos más refinados recurrieron a la pentazocina. Poco después de aparecer en el mercado, los yonkis norteamericanos descubrieron que la pentazocina podía proporcionar experiencias más eufóricas si se combinaba con jarabes para la tos (por la codeína), y sigue empleándose así en casi todo el mundo.
- Naturalmente, esa mejora no interrumpe el proceso de imbecilización puesto en marcha por el uso crónico.
- Ese caso se parece al de otros muchos apaciguadores sintéticos, ejemplificados brillantemente por la talidomida, que llegó a venderse en modalidades infantiles llamadas babysitter. Como es sabido, entre 1961 y 1962 no menos de 3000 niños nacieron con espantosas malformaciones a causa del sedante “eficaz e inofensivo”, y cientos de miles fueron abortados para evitar semejante eventualidad.
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