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Apr 15th, 2019
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  1. Este domingo me desperté temprano. Nunca lo hacía, me era imposible madugar, y prefería trasnochar.
  2.  
  3. Ayer, a pesar de estar en mediados de otoño, había hecho mucho calor y todas las ventanas del departamento estaban abiertas. Una brisa fresca me despabiló y me obligó a taparme, pero el daño estaba hecho. Se sentía rara. Fuera de lugar. No era desagradable, pero traía consigo una sensación que aún no puedo descifrar. No sé si la sentí hace mucho y olvidé su origen o era la primera vez que la sentía.
  4.  
  5. Al levantarme de la cama tiré accidentalmente todos los libros que estaban sueltos por ahí. No soy lector, mi concentración no me lo permite, pero me hacen compañía, y el olor y la rugosidad de las páginas viejas me es muy placentero.
  6.  
  7. No tenía hambre, así que me salteé el desayuno. Tampoco tenía nada mejor que hacer, y todos mis conocidos probablemente estarían dormidos, así que agarré las llaves del coche y mi saco. Quería ver la casa de la tía Mirna, o Mirta (no es pecado olvidarme su nombre, nunca la conocí), que había fallecido hace un tiempo. Nadie había querido venderla.
  8.  
  9. No sé que paso en el viaje. Probablemente viajé con las ventanillas bajas, tragando la sensación extraña de la brisa con gula. Pero no me acuerdo ni qué calles tomé para ir. Aparecí de la nada.
  10.  
  11. El llamador de ángeles del porche me hizo volver en sí. O la brisa. Me pareció muy curioso como era el único pedazo de la casa que parecía nuevo.
  12. Sonreí de oreja a oreja, fascinado por la fachada arruinada de la casa de la tía. Realmente se estaba viniendo abajo.
  13. El techo, lleno de hongos, se estaba socavando en el centro. Las persianas de madera se estaban despedazando solas, por inercia. Las herramientas de jardinería desparramadas y las rejas estaban cubiertas de óxido y polvo. El patio delantero, y la porción del patio trasero que se llegaba a ver desde donde estaba no tenían nada que envidiarle al monte, y se estaban devorando las paredes, llenándolas de musgo y helechos.
  14.  
  15. Después de admirar la casa en silencio durante algo más que 5 minutos (y soltar un suspiro), intenté abrir la reja. Es extraño como en el manojo de llaves que uso día a día todavía tengo la llave de esta casa, que no había visto nunca, que había pertenecido a alguien que no conocí nunca. Creo que la puso mamá cuando fui a su casa por primera vez después de mudarme. Hará hace un año.
  16. Naturalmente, me costó un poco, pero hice fuerza y entré. Tuve que tener cuidado con la puerta derruida, que casi se me cae. Descolgué el llamador de ángeles (por suerte no estaba muy alto), y abrí la puerta del interior. No estaba cerrada con llave. Creo que la cerradura estaba rota.
  17.  
  18. Lo que ví me sorprendió un poco. Creo que la tía falleció hace unos 5 años, pero el interior se veía bastante bien, dentro de todo. Había olor a humedad, pero no era muy fuerte, y no ví ni ratas ni sus excrementos. Las únicas alimañas que vi fueron algunas pocas arañas. Los muebles y los pisos se estaban pudriendo, pero no se habían desfigurado del todo.
  19. La casa parecía haber sido imperturbada, como si la hubiesen dejado morir en paz. Aparentemente, ninguno de mis parientes se había molestado en llevarse muebles, ni baratijas, ni nada. Algo peculiar que agregar, todas las fotos, estén colgadas en la pared o apoyadas sobre alguna repisa, parecían tener su epicentro de podredumbre en lo que parecía ser la cara de la silueta de mi tía. Es como si estuviese destinado a no verla.
  20. Intentando imaginarme la casa en mejores épocas, me pareció vagamente familiar. Mamá mencionó que yo nunca conocí a la tía, ni siquiera de bebé. Razonable, ya que más que mi tía era en realidad mi tía-abuela, pero de todas formas me jugaría por asegurar que estuve al menos una vez aquí de pequeño.
  21. Después de tomarme unos minutos explorando el baño (un espectáculo desagradable. Fuí breve. Aparentemente los insectos que faltaban en el resto de la casa habían anidado allí.), pase a las habitaciones: un cuarto de invitados, y una matrimonial. No había mucho que ver, pero me tomé mi tiempo investigándolas. En el cuarto de invitados había una cama simple en buen estado -aunque no me atrevería a usarla-, una mesita de luz con su respectiva lámpara cuyo cajón tenía anillos y collares, y una cómoda vacía.
  22. En el cuarto matrimonial se colaba un poco de luz gracias a las persianas derruídas y algunas plantas la aprovechaban. Había una cama grande con cajas debajo que no logré quitar y un armario enorme de algarrobo muy bonito, decorado y armado con detalle. Dentro había ropa pudriéndose. Arriba había cajas de cartón húmedas llenas de libros indescifrables pegoteados y cubiertos de moho.
  23.  
  24. Pasé a la cocina/comedor. Era por lejos el lugar mas lindo e intacto de la casa. Los pisos no eran de madera, como el resto de la casa, sino de losa decorada. La vieja heladera Siam se veía oxidada pero funcional, igual que la cocina. Los muebles, aunque polvorientos y gastados, parecían sólidos. Había mucha luz: la amplia ventana enfrente a la puerta y sobre la mesada había perdido su persiana, y por los laterales entraba aún más. Del lado que entraba menos (a mi izquierda), había una pequeña ventanita y una puerta de chapa con mosquitero venida abajo que dejaba entrar las ramas de un pequeño árbol silvestre que no logré distinguir. A mi derecha habia una puerta de madera vidriada y una ventana un poco más grande. Luego de buscar la cocina y encontrarla vacía, estaba seguro de que iba a ir al patio, pero me sente a descansar. Encontré las sillas un tanto incómodas, así que me tiré en la losa, que curiosamente no parecía estar muy sucia. Prendí un cigarrilo y sonreí. Me sentía realmente raro. Volví a sentir la brisa. Escuché como silbaba entre las ramas de los árboles en el patio. Esta vez entró por la ventana grande.
  25.  
  26. Yo no fumo. ¿Por qué había encendido un cigarrillo? No estaba pensando claro. Empecé a reirme. ¿Para qué vine a esta casa? Tenía que admitir que, incluso en este estado, la prefería antes que mi departamento. Rode y empecé a carcajear fuertemente. Apagué el cigarrillo contra el piso (no sé si lo fumé, pero ya quedaba sólo la colilla) y me paré. Tomé aire y cerré los ojos. La brisa me hacía sentir muy raro. Un poco triste. Se me humedecieron los ojos. Algo solo. Sollozé. Un tanto impotente. Temblé. Las lágrimas me corrían por las mejillas.
  27. Inhalé y exhalé profundamente. Me sequé las lágrimas con la manga de mi saco, y entendí porqué vine a esta casa. Por qué me resultaba tan familiar. Por qué la recordaba como si fuera mía.
  28. Porque en realidad es al revés: soy suyo. Nunca me fuí. Miré las dos puertas y elegí la de madera: me gustaba que deje entrar tanto el sol. La abrí, y me dirigí al roble grande que estaba al fondo contra el paredón a través de toda la maleza.
  29.  
  30. Saqué el llamador de ángeles que tenía en uno de los bolsillos de mi saco y lo dejé caer. Se deslizó perezosamente por mis dedos.
  31.  
  32. Me dejé llevar por el mar de pasto verde.
  33.  
  34. Me mezclé con el patio mientras caminaba y no volví a dar la vuelta nunca más.
  35.  
  36. Ahora vuelvo a ser un recuerdo.
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