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- 2. LA DEPENDENCIA
- PARECE también oportuno no formarse una idea simplista del hábito, y relacionar la costumbre de consumir drogas psicoactivas con la de cualquier otra cosa. Gracias a una propaganda banal, tendemos a creer que las personas caen en dependencias farmacológicas por razones distintas de las que llevan a contraer dependencias sociales, higiénicas o sentimentales. Pero eso no es cierto.
- La espontaneidad del ser humano —y de los demás vivientes con capacidad para desplazarse— está contrapesada por su adhesión al hábito. Si ante un estímulo angustioso cierto animal produjo una reacción (quedarse quieto en determinada postura, saltar varias veces, etc.) que no agravó las cosas, tenderá a repetir esa conduzca cada vez que aparezca el mismo estímulo; aunque no exista la menor relación de causa efecto entre obrar así y salir bien parado, sólo variará de comportamiento si repetidas catástrofes exteriores lo imponen.
- Los rituales zoológicos no son algo innato o instintivo (como la nutrición, o la defensa del territorio), y tampoco son fruto de una deliberación racional, que sopesa la eficacia objetiva de actos determinados. Representan algo a medio camino entre pautas heredadas y contacto con el mundo externo, casi tan inflexible como el instinto y casi tan abierto a cambios como la reflexión. Vienen a ser un sistema de adaptación a oscuras —el de ciegos sin un lazarillo—, que permite moverse y reaccionar cuando un desconocimientos de las relaciones causales objetivas impide deliberar a priori, o desde la luz propiamente dicha.
- Sin embargo, los humanos somos animales tan ritualistas como los demás. Tampoco disponemos de un conocimiento suficiente sobre las relaciones causales, y casi nunca somos capaces de permanecer en una disposición estrictamente reflexiva. En casos límite, como los neuróticos obsesivos, el ritual se liga a cosas nimias con una extraordinaria fuerza; si la almohada no está situada justamente de cierto modo, si se trastoca la posición de ciertos objetos colocados sobre una mesa, si algún armario queda abierto, si el jabón está en la jabonera de la izquierda y no en la jabonera de la derecha, la persona queda paralizada por un ataque de ansiedad aguda o estalla en un brote de ira.
- No es necesario llegar a esos extremos para que cada cual reconozca el amplio componente ritualista de su conducta cotidiana, así como la relación directa del ritual con el automatismo de los hábitos. La poderosa tendencia a formar hábitos hace que el hombre sea un animal de costumbres antes incluso que un ser racional, y buena parte de su vida transcurre dentro de una fidelidad a ceremoniales apenas menos arbitrarios que los zoológicos.
- El hábito farmacológico es sólo una variante específica de nuestra preferencia general por conductas automáticas, comparada con nuestra capacidad para improvisar conductas, obedeciendo a procesos de deliberación racional. Por orden descendente de importancia, creo que sus elementos principales son: a) el esfuerzo o premio que el hábito mismo proporciona; b) el vacío o deficiencia del que es síntoma; c) las incomodidades concretas que se derivan de interrumpirlo. Hoy se presenta como decisivo el último de estos elementos, pero la toxicomanía es un concepto desconocido hasta hace un siglo, mientras los tóxicos básicos —y su libre consumo— existen hace milenios.
- No olvidemos, asimismo, que todos los animales investigados hasta ahora —desde caracoles a muchas familias de insectos, vertebrados ovíparos y mamíferos— se intoxicarán espontáneamente con vegetales psicoactivos y drogas sintéticas. Todos ellos dan muestras también de rigurosa moderación al hacerlo. Llamativamente, esta regla sólo se altera cuando les despojamos de libertad y les afligimos torturas adicionales.
- En último análisis, lo invencible no es un deseo u otro sino la pasividad de nuestra vida psíquica, que determina el cotidiano imperio de alguna rutina.
- QUÉ ES “DROGA”
- Antes de aparecer leyes represivas, la definición generalmente admitida era la griega. Phármakon es una sustancia que comprende a la vez el remedio y el veneno; no una cosa u otra, sino ambas a la vez. Como dijo Paracelso, “sólo la dosis hace de algo un veneno”. En el primer tratado de botánica científica, un discípulo de Aristóteles lo expresa diáfanamente a propósito de la datura metel:
- Se administra una dracma (3,2 gramos) si el paciente debe simplemente animarse y pensar bien de sí mismo; el doble de esa dosis si debe deliberar y sufrir alucinaciones; el triple si debe quedar permanentemente loco; se administra una dosis cuádruple si el hombre debe morir.
- Del concepto científico apenas quedan hoy vestigios. Oímos hablar de drogas buenas y malas, drogas y medicinas, sustancias decentes e indecentes, venenos del alma y curalotodos, fármacos delictivos y fármacos curativos. El específico efecto de cada compuesto es ignorado, y sobre esa ignorancia recaen consideraciones extrañas por completo a la acción de unos y otros.
- Quien busque objetividad se cuidará de no mezclar ética, derecho y química. Pero quizá más decisivo aún sea tener presente siempre que si cualquier droga constituye un potencial veneno y un potencial remedio, el hecho de ser nociva o benéfica en cada caso determinado depende exclusivamente de: a) dosis; b) ocasión para la que se emplea; c) pureza; d) condiciones de acceso a ese producto y pautas culturales de uso. La cuarta de estas circunstancias es extrafarmacológica, aunque tenga actualmente un peso comparable a las farmacológicas.
- Una clasificación funcional
- Las drogas psicoactivas se pueden clasificar con arreglo a muy distintos criterios. El creador de la psicofarmacología moderna, L. Lewin, habló en 1924 de cinco tipos: euphorica (opio y sus derivados, cocaína), inebriantia (alcohol, éter, cloroformo, bencina, etc.), hypnotica (barbitúricos y otros somníferos) y excitantia (café y cafeína, tabaco, cat, cola, etc.). Desde entonces se han ido sugiriendo clasificaciones bastante más complejas, apoyadas en tecnicismos terminológicos, que pretendiendo superar fallos en la división de Lewin —por ejemplo, incluir la cocaína junto al opio y no junto a los excitantes— han solido caer en otros todavía peores.
- Una segunda clasificación habla de drogas “fatalmente adictivas” y drogas que “sólo originan hábito”. Quienes defendieron esto partían de un médico llamado A. Porot, que en 1953 propuso “distinguir las grandes toxicomanías (opio, marihuana, cocaína) y cierto número de pequeños hábitos familiares en relación con algunas sustancias inofensivas en su uso habitual (alcohol, tabaco, café, somníferos)”. Curiosamente, las sustancias llamadas “inofensivas” y “creadoras de pequeños hábitos familiares” causan miles de veces más muertes, lesiones y dependencias que las provocadoras de “grandes toxicomanías”.
- Para redondear sus inconvenientes, este segundo tipo de clasificación presenta al ser humano como un pelele inerte, desprovisto de voluntad y discernimiento propio, mientras atribuye a ciertos cuerpos químicos eso que le quita al sujeto. Se ignora así aquello en lo cual coinciden sin excepción todos los grandes médicos desde Hipócrates hasta hoy: que drogas y uso de drogas no son la misma cosa. En otras palabras, que la divisoria entre conveniencia e inconveniencia no depende de emplear estos o aquellos compuestos, sino de emplearlos con oportunidad y mesura o a destiempo y desordenadamente.
- Inadmisible es también la clasificación de las drogas en “psicotónicas” y “no psicotónicas”, que trata de justificar con una palabra de aspecto científico la diferencia entre drogas prohibidas y autorizadas por el derecho. Si la neurotoxicidad es una característica verificable, que se mide por la destrucción de células determinadas, la psicotoxicidad es una versión moderna de la herejía teológica o la disidencia política, que carece de reflejo orgánico. Para ser exactos, entre las drogas muy usadas apenas hay una tan neurotóxica como el alcohol, y aparece como artículo de alimentación vendido en supermercados.
- Pero si las drogas psicoactivas pretenden clasificarse por bases químicas estaremos haciendo algo comparable a clasificar los estilos arquitectónicos por el tipo de piedra, o los estilos pictóricos por el tipo de colorantes empleados por cada pintor, cuando rocas y tintes son tan sólo elementos para obras que jamás se habrían iniciado de no mediar una aspiración previa, presta a servirse de cualquier materia disponible. Si absurdo resulta ordenar las drogas por criterios morales y jurídicos, hacerlo con arreglo a consideraciones moleculares topa (en el actual estado de nuestros conocimientos) con obstáculos no menos graves. Cuerpos químicos totalmente distintos producen efectos muy parejos, y cuerpos afines en alto grado —los llamados isómeros, por ejemplo, que son la misma sustancia con una simetría invertida— producen efectos muy distintos.
- Nuestros requerimientos
- Hasta que no sepamos mucho más, podríamos partir de necesidades o funciones humanas básicas, dejando que los legisladores expliquen por qué compuestos dispares reciben trato igual, o por qué compuestos parejos reciben trato distinto, y esperando también que los químicos aclaren por qué hermanos gemelos ejercen efectos tan poco análogos sobre nuestro organismo, y sustancias sin parentesco ejercen una acción tan similar. Estos enigmas del derecho y la química quizá se desvelen con el tiempo, pero mientras tanto las drogas psicoactivas podrían ordenarse por su psicoactividad precisamente.
- De acuerdo con ello, sugiero considerar tres esferas. La primera se relaciona con alivio del dolor, el sufrimiento y el desasosiego, llamando dolor a la respuesta inmediata ante alguna lesión (un martillazo en el dedo, por ejemplo), sufrimiento a la respuesta ante una pérdida actual o posible (una amputación o una enfermedad crónica, por ejemplo), y desasosiego a lo que impide dormir, concentrarse o simplemente existir sin angustia. La segunda esfera se relaciona con esa ajenidad que el poeta llamaba “no desear los deseos”, entre cuyas manifestaciones se encuentran pereza, impotencia y aburrimiento. La tercera esfera se relaciona con la curiosidad intelectual y el corazón aventurero, mal adaptados a una vida inmersa en rutinas y anticipada por otros, cuya aspiración es abrirse horizontes propios.
- Las drogas del primer tipo proporcionan —o prometen algún tipo de paz interior, y abarcan desde una sutil hibernación al plácido embrutecimiento. Las drogas del segundo tipo proporcionan —o prometen— algún tipo de energía en abstracto, como un aumento de tensión en los circuitos eléctricos. Las del tercer tipo proporcionan —o prometen— algún tipo de excursión a zonas no recorridas del ánimo y la conciencia.
- Sin embargo, interesa saber cómo y hasta qué punto se acercan al cumplimiento de dichas funciones las diversas drogas conocidas, y esto usando testimonios de primera mano. Tal como un jurado confía en testigos presenciales y no en habladurías, este breve repaso a los venenos que se usan para prevenir males y provocar bienes sólo juzga a partir de experiencias vividas.
- Y una última precisión. Para no cargar el texto con epígrafes y subepígrafes, el análisis de cada droga constará de unas líneas introductorias y tres bloques, precedidos por números romanos. I incluye toxicología en general, II efectos subjetivos y III principales usos.
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