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Prólogo

Jun 8th, 2023 (edited)
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  3. De la piel para dentro empieza mi exclusiva jurisdicción. Elijo yo aquello que puede o no cruzar esa frontera. Soy un estado soberano, y las lindes de mi piel me resultan mucho más sagradas que los confines políticos de cualquier país.
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  5. Anónimo contemporáneo
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  25. Debo gratitud al eminente químico Albert Hofmann, y al psiquiatra José María Poveda, por los datos que me facilitaron para hacer éste libro.
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  31. ESTE volumen es una versión revisada y actualizada del que apareció como El libro de los venenos en 1990, y en 1992 como Para una fenomenología de las drogas. La experiencia, añadida a comentarios de algunos lectores, me ha permitido corregir y ampliar datos de índole botánica y química, así como relativos a elaboración, precio en origen y dosis máximas/mínimas de distintas substancias.
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  33. Añadidos de menor o mayor extensión —sobre formas de mitigar la resaca alcohólica, hábito del café, fumar chinos de heroína o pasta base de cocaína, trance con ayahuasca, marihuana de interior— completan lo expuesto en ediciones previas. También es nuevo el final de la parte dedicada a opiáceos naturales, que adolecía de ingenuidades. Se han incluido cinco substancias del grupo visionario, que a finales de 1990 o estaban por inventar o sólo conocía por referencias; entre ellas destaca la 2C-B o nexus, que quizá suscite un interés comparable al provocado por la MDMA o éxtasis.
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  35. Como sucede con casi cualquier otra experiencia humana, ninguna droga mantiene un efecto igual a lo largo del tiempo; las primeras veces se distinguen bastante o mucho de las siguientes, y me he concentrado ante todo en las fases iniciales de frecuentación, para no sobrecargar el texto con datos que el ya familiarizado descubrirá por sí mismo.
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  37. Cinco años después de publicar la primera versión de este libro, constato que la ebriedad —especialmente con cosas ajenas al menú lícito— no sólo sigue interesando, sino que se ha constituido en rito de maduración para cierta juventud, a pesar de las duras condiciones impuestas por el mercado negro. Constato también que —en esos círculos— el di simplemente no entra por el oído y sale por el otro, e incluso funciona como promoción directa: en otras palabras, que ha dejado de ser preventivo para parte de nuestros hijos, y tiene visos de prevenir aún menos a nuestros nietos. De ahí que mi esfuerzo se oriente a examinar conceptos y modalidades de uso, atendiendo a una actitud apoyada sobre razonamientos, y no sobre exorcismos rituales, sermones de analfabetos o sumisión al interés de alguna secta.
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  43. PRÓLOGO A LA PRIMERA EDICIÓN
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  46. LOS trabajos que acabaron apareciendo como Historia general de las drogas incluían originalmente tres partes: los hechos, los fenómenos, las razones. Inmerso ya en la tarea, vi que hechos y razones podían (o debían) ir a la par, por lo cual sólo quedaba en el tintero la parte “fenomenológica” —una descripción sustancia a sustancia— del viejo esquema.
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  48. La acogida presentaba a esa Historia, sumada al estímulo del editor, me urgieron a tratar de colmar semejante laguna con un libro sencillo, adaptado a cualquiera con costumbre de leer periódicos, que examine las principales sustancias psicoactivas, polémicas o no, de nuestro tiempo.
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  50. Por razones que se me alcanzan, pero no comparto, ser objetivo y práctico a la vez en este campo que exige hoy visitar bibliotecas especializadas, sumergirse en abstrusos manuales de toxicología, y sufrir entretanto la promoción de embustes; buscar datos fidedignos resulta tan difícil como desaconsejado de modo más o menos explícito, aunque florezcan en cada esquina dispensarios legales o ilegales de distintas drogas. En otras palabras, este campo es el nuestro pero lo es a título pasivo, con vallas que se interrumpen para indicar “pasen” y otras reforzadas por el cartel de “vedado”.
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  52. El lector puede preguntarse por qué y cómo un profesor de sociología (ahora) y de metafísica y derecho (antes) se decide a abordar una materia en principio reservada a médicos, o a sujetos que mejor estarían sometidos a tratamientos de desintoxicación. Pero el tema de la filosofía propiamente dicha, inmodificado desde los orígenes, es la relación entre ser y pensamiento —o entre realidad e intelecto—, misterio inagotable que cada época vuelve a plantearse con renovado entusiasmo. Hace aproximadamente un cuarto de siglo, cuando terminaba los estudios de licenciatura, alguien me consiguió unas píldoras de LSD 25 (sustancia legal entonces), que venían precedidas por la fama de abrir dimensiones no usadas del psiquismo. Probé —con una mezcla de miedo y viva curiosidad—, para comprobar que, efectivamente, planteaban un universo de cuestiones al entendimiento rutinario.
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  54. Me decidí entonces a tratar de conocer por ese medio, usando la modificación química de la conciencia como una ventana a lo interno y externo. En 1964, cuando tomaba tales decisiones, no había en España la menor alarma ante asuntos de “toxicomanía”; las boticas dispensaban liberalmente una amplia gama de drogas psicoactivas, pequeños círculos ofrecían las ya estigmatizadas, y no planteó problema experimentar con dosis altas, medias y pequeñas de varias entre las sustancias consideradas interesantes, así como con diversas combinaciones.
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  56. Hacia una década más tarde empezaba la era del sucedáneo, agravada al ritmo en que iba persiguiéndose y extendiéndose el consumo de drogas ilícitas. Con los sucedáneos 8 cristalizaron también roles y mitos adecuados a cada droga, inéditos hasta entonces en gran parte de Europa, mientras la proporción de intoxicaciones mortales iba elevándose al cubo. Luego aparecerían los primeros sustitutos del quimismo prohibido, que se llamaron genéricamente drogas de diseño (designer drugs), pues su punto de partida había sido imitar originales progresivamente caros y difíciles de conseguir.
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  58. Experimenté también con esos sucedáneos, siguiendo la pauta originalmente trazada (investigar las sustancias psicoactivas como fuente de conocimiento), que se extendió luego a medida que la experiencia iba rindiendo sus frutos. Para ser exactos, he continuado haciéndolo hasta el presente. Con el paso de las décadas, se me hizo manifiesto que la diferencia entre toxicómanos y toxicólogos, ignorantes maníacos y personas razonables, dependía de asumir la libertad y la belleza como desafíos éticos. Ignoro si esa actitud, o la confianza en la automedicación de ella resultante, explican que goce aún de buena salud. Llevo más de veinte años sin acudir a consulta alguna ni llamar al médico de cabecera, con el mismo peso, y sin trastornos que exijan usar drogas psicoactivas. Las que empleo —salvo el tabaco, un vicio adquirido en la adolescencia, cuando nadie lo llamaba droga— obedecen a un acuerdo de voluntad e intelecto, que unas veces pide fiesta, otras concentración laboral y otras reparador descanso.
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  60. Esas circunstancias, en contraste con la victimización de tantos otros, son el principal acicate para redactar lo que he ido aprendiendo. Hoy, cuando se aleja el fantasma del apocalipsis nuclear, “la droga” ha desatado otro ávido fantasma paranoico, que sencillamente desplaza la propuesta de exterminio desde el enemigo externo al interno. Tras milenios de emplearse para aliviar miserias y odios, algunos psicofármacos sirven actualmente para oponer al vecino contra el vecino, al hermano contra el hermano, a los hijos contra sus progenitores y a sus progenitores contra sus hijos. La prensa refiere casos crecientes de niños que —aleccionados por la televisión— denuncian a sus padres por crímenes como cultivar unas macetas de marihuana, para caer luego en la desolación del huérfano cuando ellos son encarcelados. Hace poco una californiana acuchilló a su hija de diecisiete años porque usaba cocaína; según la noticia, que tomo textualmente de Los Angeles Times, “la madre fue hallada meciendo el cadáver, que tenía el cuchillo aún clavado en el pecho. ‘Lo siento, lo siento. Te amo. No te mueras. No te mueras’, repetía sollozando. Un mes antes, el presidente Bush había pedido: ‘Por el bien de sus hijos, les suplico que sean absolutamente inflexibles en su guerra a las drogas’”.
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  62. Como he razonado en otros libros, pienso que ciertos remedios crean enfermedad, y que la espiral de exigencias defensivas amenaza convertir la esperanza de seguridad y sensatez ciudadana en una meta contradictoria, saboteada precisamente por quienes prometen garantizar seguridad y sensatez a los ciudadanos.
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  64. Sea como fuere, este libro se limita a ofrecer datos básicos para el autogobierno de cada individuo. Apuesta por la ilustración farmacológica frente a la barbarie farmacológica, considerando que la objetividad es el mejor estímulo para una conducta racional. Como dijo cierto sabio:
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  66. “La verdad se defiende sola; únicamente el embuste necesita apoyo del gobierno”.
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