Groza

Groza.

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Pasaron muchos años desde la última vez que vio su hogar el cual ahora estaba completamente abandonado, según tenía entendido, sus padres se habían mudado apenas tuvieron el dinero para hacerlo. En cuanto a sus hermanas, ninguna quedaba en el gran Estado de Michigan. Incluso Lily, que de seguro estaría en la universidad había desaparecido del radar.

Al final había sucedido justo lo que esperaba del modo que esperaba.

La idea de haber sido repudiado por todos los miembros de su familia le trajo una breve sensación de desasosiego, porque a pesar de que era lo que deseaba no podía decir que estaba del todo contento con el resultado.

El conocer la verdad y aceptarla era una recompensa minúscula frente a los años perdidos en uno y otro lugar, sin saber si realmente volvería a ver el mundo exterior algún día, si acaso podría compensar con tiempo aquello que había hecho y de lo que jamas había llegado a arrepentirse. En opinión de Lincoln, la justicia seguía eludiendo su labor, sin embargo eso no lo sorprendía pues era para él otro reflejo de la retorcida naturaleza humana que aquejaba a toda persona viva y en especial a él.

Mas tal juicio escapaba de su persona, ya no estaba en sus manos y nada podía hacer.

Al final bastó con el tiempo, eso y unos cuantos informes que sumados a su buen comportamiento lo hicieron beneficiario de una salida alternativa con todos los privilegios asociados. Básicamente, ya no era responsabilidad de nadie pero aún así le darían algo de dinero cada mes con tal de que se mantuviera alejado de problemas y siguiera la rutina recomendada por su doctor, además de responder a cualquier duda que un oficial especializado en su caso pudiese tener. Aparte de eso era completamente libre de seguir con su vida como a él le pareciera siempre y cuando no volviese a hacer algo estúpido, si eso significaba saltar de un puente o buscar una mujer y tener hijos era algo que seguía sin respuesta.

Caminó hasta la entrada y forzó los tablones que tapiaban la puerta, los arrancó de cuajo y los dejó sobre los arbustos descuidados, desvencijó la puerta y observó los alrededores, todo el lugar hablaba de desolación, maleza cubriendo el exterior de la casa, juguetes abandonados a la intemperie y el viejo cobertizo ahora convertido en una pila de escombros. No tenía grandes esperanzas de que el interior estuviese intacto, aún así, ya estaba allí y no dejaría pasar otro día sin ver al menos una muestra de su pasado. Entró y encendió la linterna de su teléfono, el interior estaba casi desierto, los muebles habían desaparecido y en el suelo cubierto de polvo lo único que permanecían eran las marcas de haber sido arrastrados al exterior al levantarse la suciedad con cada uno de sus pasos, no se molestó en inspeccionar la cocina ni el sótano, no le interesaban en lo más mínimo.

Lo que realmente quería ver era su cuarto, solo entonces sentiría que todo ese viaje había valido la pena.

Subió las escaleras y fue por el pasillo dejando una estela de polvo a su paso, con más de una década de abandono las paredes habían quedado desnudas, ningún retrato de la familia, ninguna huella quedaba allí salvo por una que permanecía imborrable y que revelaba los motivos del clan Loud para abandonar Royal Woods.

Una puerta a un armario de enceres tapiada por fuera con dos tablones, cubierta de graffitis y otras marcas, su nombre escrito mil veces con mil maldiciones puestas sobre él, todo dispuesto para advertir que en ese lugar solía dormir un monstruo.

Sacó los tablones de su puerta con la misma facilidad con la que había arrancado los de la entrada, giró el picaporte y creyó regresar en el tiempo a una época más feliz, pero lo que lo esperaba no era el cuarto de su infancia, en su lugar, se hallaba el presente con toda su gala de decepciones. El aire mustio y seco golpeó su nariz con la esencia más pura del olvido, adentro, no había una cama ni un escritorio ni nada, tanto el suelo como las paredes y el techo estaban completamente desprovistos de pintura dejando el muro enyesado como una capa amarillenta y resquebrajada. Lincoln entró y quitó la pesada cortina que cubría la ventana y arrancó las hojas de periódico del vidrio dejando que los débiles rayos del sol de la tarde invadieran ese pequeño santuario, luego, buscó en su escondite secreto una vieja caja de zapatos que esperaba nadie hubiese hallado. Para su sorpresa seguía allí, en el mismo lugar en el que la había dejado hacía ya tantos años, olvidada por completo detrás del estuco reseco y dejada a su suerte, esperando el regreso de quien no volvería.

La abrió lentamente y de ella extrajo un pequeño libro negro, se sentó en el suelo y comenzó a leer.

Durante todo el tiempo que estuvo encerrado le preguntaron una y otra vez sus motivos, por qué alguien como él terminaría por cometer un acto tan abominable, qué lo impulsó ese día a arruinar su vida y la de otros y siempre, siempre respondía con silencio.

La verdad no era algo complicado, la verdad era ridículamente sencilla de entender.

Pero nunca la diría, porque esa era su pequeña revancha contra el mundo, lo único que le permitía tener una suerte de ventaja por sobre los demás, pues conocer la verdad y conocerse a si mismo eran las únicas recompensas al miserable espectáculo que era su existencia.

Lincoln Loud siguió leyendo perdido en sus recuerdos, pagina tras pagina por horas hasta quedarse en completa oscuridad, hasta darse cuenta que había regresado a ese pequeño recoveco de su mente. Se sumergió por completo en el horror de la habitación, en las sombras deformes que cubrían el suelo, las luces bañadas de humo teñidas por el aroma cálido y penetrante de la seclusión y las largas horas de silencio, el llanto casi inaudible de su hermana disculpándose y diciendo que lo amaba, su sonrisa en ese rostro pálido que se perdía detrás de las lagrimas y que desaparecía a intervalos, tomando sus manos y notando al fin la clase de monstruo que estaba frente a ella.

El agujero en el que solía habitar su corazón se estremeció en recuerdo de las promesas rotas que seguían suspirando en su oído día a día, como siempre, con la voz de Lynn.

La verdad era un cuarto oscuro habitado por el horror. Lincoln nunca hablaría de ella, nunca escaparía de ella, de esa habitación en la que moraba todo lo que lo lastimaba, en la que el amor que sentía por Lucy seguía vivo.

Su gran secreto lo seguiría a la tumba junto con ese libro negro y nadie, nunca, conocería la verdad.

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Contempló el gris matutino tornarse en noche para entremezclarse en la senda celeste de las aves que alzaban vuelo, allí, frente a los árboles marchitos y las luces del parque que en su repicar naranja creaban la pantomima de un verano, mas, el inmisericorde frío de esas horas le recordaba que aquello que veía no era otra cosa que un abismo eterno, mismo abismo al que se dirigía para despeñarse de cabeza. Lincoln Loud, con el corazón vertido en plata dejó que sus pesados pasos lo llevaran más allá de la senda bañada de hojas secas y guijarros olvidados, dejó que su alma lo guiase directamente al único corazón que latía tal y como el suyo, en la recóndita rivera de esa noche moribunda.

El ulular constante de pájaros invisibles anunció su llegada, sentada en una de las muchas bancas justo debajo de un farol roto, con las manos entrelazadas sobre el regazo, una expresión perfectamente moldeada para esconder sus motivos. Lucy Loud, vestida de negro y de blanco esperó a que su hermano llegase a ella, conteniendo la respiración, sintiendo con cada segundo que el tiempo sería insuficiente y que pronto, muy pronto, todo volvería a romperse y ellos dos quedarían nuevamente a la deriva, perdidos en los devenires diarios, la muerte de todos sus afectos.

¿Qué clase de amor podía ofrecer cuando todo lo que deseaba era huir?, y a la vez, cual codiciosa serpiente no ansiaba otra cosa que hundir sus colmillos en el cuello de su hermano, no deseaba más que consumirlo en la misma pecaminosa fiebre que la poseía a ella.

Lincoln se había vuelto su salvación mientras que ella era su perdición, como el día y la noche se confundirían y darían paso a un eclipse, quién sería quién al final era algo que desconocía por completo.

Lo vio frente a ella, y le fue imposible ocultar el hecho de que estaba conmovida. Él conocía su sufrimiento tal como se conocía a si mismo, comprendía y a la vez, estaba dispuesto a soportar cualquier carga con tal de complacerla.

Lincoln posó una rodilla sobre el suelo helado y tomó las manos de su hermana entre sus manos, las sostuvo largamente, admirando los dígitos pálidos que resplandecían al endeble calor de la luz artificial, un velo de misterios que lo eludía y lo tentaba.

Las besó tiernamente antes de dejarlas ir, Lucy lo conminó a alzar el rostro y contemplarla, en sus ojos halló una dolorosa honestidad.

“Todo”, dijo Lincoln, “Todo lo que tengo, todo lo que soy, es para ti y solo para ti, Lucy”

Lucy sintió como esa grieta que se había hecho pasó en medio de su pecho comenzaba a cerrarse, aquello que tanto anhelaba estaba sucediendo, y a pesar de que su consciencia le recriminaba por ocultar aquella primera traición, ni su voz ni sus actos revelaron que se sentía indigna de su afecto y su fidelidad.

Lincoln, que conocía de su sufrimiento se había rendido a sus pies con tal de hacerla feliz, cualquier otra cosa la olvidaría.

“Te amo Lincoln, no tienes idea de lo mucho que te amo”

La noche dio paso al día, por la breve felicidad que tendrían juntos vendrían amargos años para los dos.

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Escuchó como alguien abría la puerta de enfrente con mucho cuidado, apenas presionando sobre el suelo para que los tablones no crujiesen, sintió las pisadas cautelosas aventurándose por las escaleras, avanzando palmo a palmo con una enloquecedora calma hasta que, a pasos de la habitación en la que se encontraba una solitaria luz iluminó el pasillo a oscuras.

Sin siquiera apartar la mirada del pequeño libro aguardó en silencio, hasta que notó que aquella luz se había detenido justo detrás de la puerta y allí, al igual que la primera vez un corazón tallado en el suelo lo recibió con esa simple declaración que casi le cuesta todo, un corazón que en su interior encerraba dos letras L unidas por una flecha, la muestra patente de otro fracaso.

El agujero en su pecho volvió a estremecerse, diez años de silencio, diez años ininterrumpidos imaginando esas voces que de seguro jamas volvería a oír.

El picaporte giró sonoramente a la vez que alguien hacía acto de presencia frente a él.

“Tenía el presentimiento de que te encontraría aquí”

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