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- El Misterio del Rostro Pálido
- Todos se nos mueren Pablo, todos.
- Uno a uno los dejamos bajo tierra.
- Pero no estamos equivocados
- Tenemos la verdad a un paso
- de nosotros, hijo mío.
- Todo lo terrible de nuestra tarea
- quedará justificado si logramos vencer
- Y lo lograremos, tenemos que lograrlo,
- el ultimo que nos queda en el laboratorio,
- será también el ultimo sacrificado
- Después de nuestro triunfo
- ya no será necesario que mueran
- más desdichados, como este.
- Ojalá así sea Padre.
- ¿Flaqueas en tu fe?
- Así será, así ha de ser.
- Volvamos al laboratorio, hijo mío.
- Aún tenemos mucho que trabajar,
- nos queda uno todavía.
- Ayyyyy, Uhhhhhh
- Cuidado doña Engracia,
- El Doctor Forti no debe tardar
- en volver del entierro,
- y la va a sorprender escuchando
- lo que nos ha prohibido escuchar.
- Vaya susto que me ha dado,
- tiene usted los pasos tan silenciosos
- como los de un fantasma
- Mas silenciosos aun, los tiene
- el Doctor Forti...lo ve usted.
- Así es como se cumplen mis
- ordenes en esta casa?
- No se ha entendido que nadie puede
- llegar hasta aquí, si no es mi hijo?
- Señor yo...
- No necesito explicaciones
- ¡Fuera de aquí! Que esto no
- vuelva a suceder
- ¿Estará usted satisfecha?
- Una imprudencia más, y le costara a
- usted realmente cara, doña Engracia
- Tan terrible será el secreto
- de sus gemidos?
- No nos toca a nosotros averiguarlo
- Tenga calma, que ahora mismo
- voy a recibir a nuestro amigo
- Es ya la hora en que debe llegar.
- Si vaya usted Justo,
- Vaya y dígale con cuanta angustia
- se le espera en esta casa maldita.
- Justo ha venido por nosotros.
- ¿A que no te acuerdas de él?
- ¡Ya lo creo!
- El mayordomo del doctor Forti.
- Doctor Monter, si supiera usted
- cuanto temía que no viniera.
- ¿Por qué Justo?
- Lo necesitamos tanto en la
- quinta Forti que me parecía que no
- iba usted a llegar nunca.
- Han seguido sucediendo cosas
- extrañas en la quinta?
- Ya lo enterará a usted después doctor
- necesitamos hablar a solas, con perdón del señor.
- ¿Del señor? Mala memoria tienes Justo.
- ¿No te acuerdas de mi hijo, Luis?
- Él te ha reconocido enseguida.
- ¡Luis, si esta hecho un hombre!
- ¡Venga acá, viejo Justo!
- Lo que se van a alegrar Pablo y
- la señorita Angelica.
- Les vas a dar la gran sorpresa
- porque no lo esperan.
- Y dime Justo, como están
- Angelica y Pablo?
- Pobres muchachos, sujetos en esta
- soledad, capricho del doctor Forti.
- Pablo ha sido esclavo de
- su Padre en el laboratorio
- Y no se atreve a contrariarlo en nada.
- Es decir, solo lo ha
- contrariado en una cosa
- Está empeñado en casarse
- con la señorita Angelica
- ¿En casarse con Angelica?
- ¿Pero van a casarse Pablo y Angelica?
- Por lo menos, los dos se quieren mucho.
- Figúrese el señor, para atreverse
- a contrariar al doctor Forti.
- Bueno Justo, me hablabas de las
- cosas extrañas que pasan en la Quinta.
- Es lo mismo, de lo que
- tanto le he escrito, doctor.
- Esos enfermos que hay allí secuestrados
- y que acaban muriéndose todos, con el
- rostro pavorosamente deformado.
- Solo Dios sabe lo que les
- hará el Doctor Forti.
- Ayyy, Ughhhh, Ayyyyy
- Sus gemidos llenan la casa, y
- nos tienen aterrorizados a todos.
- Bueno, ya hablaremos de eso en la Quinta.
- ¡Dice usted bien Doctor!
- Un viaje tan largo, y yo los
- tengo aquí de pie todavía.
- ¡¡Doctor Monter!!
- Parece mentira que se hayan
- pasado tantos años sin verle.
- Lo mismo que ha Luis.
- Porque este guapo mozo es
- nuestro Luis, ¿verdad?
- Que pronto lo ha reconocido
- usted, doña Engracia.
- No faltaría más, sino que la tía
- Engracia me reconociera enseguida.
- ¡Que esplendido muchacho estas hecho Luis!
- Como me alegra verte
- tan fuerte y tan gallardo.
- Pero vengan a sentarse que estarán rendidos
- Y ahora me perdonan, pero quiero
- que los vea Angelica enseguida.
- También nosotros traemos ansias de verla.
- Van a ver, van a ver
- que cambiada esta Angelica.
- ¿Y Pablo?
- ¿Pablo? Pablo está muy
- cambiado también.
- Angelica! Angelica!
- ¡Ya llegaron! ¡Ya están aquí!
- ¿Llegaron dices tía? ¿Quienes?
- ¿Quiénes han de ser muchacha?
- El doctor Monter
- ¿Y quién más?
- Luis, ha traído a Luis, veras que
- sorpresa esta hecho un hombre.
- Claro tía, hace
- tanto que no lo vemos.
- Aquí tienes a nuestros viejos amigos.
- ¿A ver si reconoces a Luis? Angelica.
- Aquí la tienes Luis, ¿Qué te parece?
- Una mujer encantadora.
- Luis tiene razón, estas
- encantadora, hija mía.
- Abraza ahora a Luis, que el
- no se atreverá.
- Ha creído que no son nada cinco años,
- y esperaba encontrar todavía a una niña.
- Dejemos a los muchachos
- haciendo sus recuerdos,
- quisiera que habláramos usted y yo,
- antes de que venga el doctor Forti.
- Los jóvenes con sus platicas de jóvenes,
- y los viejos con la de los viejos.
- ¿Dígame usted? Sabe por que
- me ha llamado Forti
- después de que se ha negado a verme
- todos estos años?
- No, no lo sé. Pero me alegra
- infinitamente que lo haya hecho
- Lo necesita a usted mucho.
- Su carácter es cada día mas
- extraño e inquietante.
- Nos tiene asustados a todos, doctor.
- ¿Por qué doña Engracia?
- Todos estos años, solo ha
- vivido en el laboratorio,
- y para unos espantosos enfermos
- que trajo, dios sabe de dónde.
- Cada vez que se le muere alguno,
- se apesadumbra horriblemente.
- Usted debe procurar separarlo de
- todo esto, doctor.
- ¿Le quedan muchos de esos enfermos?
- Uno solo, y ojalá muera pronto
- para que se liberte el doctor Forti.
- Entonces Pablo, nos toca -----
- te acuerdas que maravillosamente?
- Pudo haber sido un gran musico
- Si, y recuerdas cuando reposábamos
- junto al rio para ver quién era el
- primero en caer vestido al agua?
- Y el miedo que teníamos después de que nos
- viera la tía Engracia con la ropa empapada
- Siempre nos ganaba Pablo. Cuando cumplió
- 14 años, ya parecía un hombre.
- ----, yo quería ser la primera en contarte.
- De cualquier modo, me ha alegrado mucho el saberlo
- Se que serás feliz, y que lo será Pablo.
- ¡¡¡Luis!!!
- Si doctor, es Pablo a pesar de las canas.
- ¿Pero es posible que no me reconozcas?
- ¡Pablo! ¿Como no iba a reconocerte?
- Pero estas tan cambiado.
- ¿Tan viejo verdad? A ti no te esperábamos
- Luis, así que ha sido una gran sorpresa.
- ¡Querido maestro!
- ¿Hijo mío, estas enfermo?
- Estoy un poco cansado nada más.
- Mi padre y yo hemos trabajado mucho
- en estos últimos años
- Pero pronto habremos terminado. Podre
- descansar, y volveré a ser el de antes.
- Con la ayuda de Angelica.
- Si muchacho, se ve que has
- trabajado demasiado.
- No se debe abusar así de
- la naturaleza.
- Mi padre me ha dado el ejemplo.
- Ya ve usted, ni ahora ha sido capaz
- de abandonar el laboratorio,
- Allí lo espera y quiere
- velo enseguida.
- Lo llevare yo, doctor.
- Porque lo estoy viendo a Pablo la
- impaciencia para hablar con Luis. ¿Vamos?
- En cambio tú, estas hecho un roble, Luis.
- ¿Ha visto usted el triste estado de Pablo?
- Quien sabe que secreto sombrío, le obliga
- a compartir su padre,
- que le ha destruido la juventud.
- Bah, preocupaciones suyas, doña Engracia.
- Es el exceso de trabajo.
- ¿Preocupaciones mías?
- Escuche usted, doctor.
- [Ahhhhh, Ughhhhhh]
- Esto es parte del secreto, el ultimo
- de esos espantosos enfermos.
- Bueno doña Engracia, adelante
- que Forti me está esperando.
- (Ahhhh)
- ¡Hágame caso doctor, háblele!
- Convénzale de que deje todo esto.
- Sálvelo a él, y sobre todo,
- salve a Pablo.
- ¿Quién es? - El Doctor Monter
- ya está aquí, señor.
- ¡Que entre!
- Acércate Julio! ¡Acércate!
- Que no puedo dejar esto ahora.
- ¿Como estas Julio?
- Me alegro que hayas venido,
- te necesito.
- Galdino!
- ¡Cuidado idiota! Bueno...
- disculpa mi grosería.
- Pero si me tiras esto, echas
- a perder mucho tiempo de trabajo
- Perdóname, iba a abrazarte...
- Hace tanto tiempo que no nos vemos.
- ¿Hace tanto tiempo que no nos vemos?
- Por supuesto, es un hecho que conocemos bien,
- y no debemos perder tiempo en comentarlo.
- Bien, hablemos de lo que te interesa.
- ¿Para qué me has hecho venir?
- Siéntate allí y espérame.
- Que no puedo distraerme en este momento.
- ¡Siéntate!
- ¡Magnifico!
- Tengo unos minutos que debemos
- aprovechar bien.
- Te ruego que no los gastes en
- hacerme preguntas inútiles.
- Así lo hare. - Bien, escucha Julio.
- Tu eres el único en quien puedo confiar
- para esto. Por eso te he llamado.
- Y has hecho bien, dime,
- para que me necesitas?
- Voy a partir a una prolongada
- expedición científica,
- quiero dejar mis asuntos económicos
- en tus manos,
- y un poco de dinero para que lo administres
- en beneficio de Angelica, mientras vuelvo.
- Si es que vuelvo alguna vez...
- -Por qué dices eso Galdino?
- Uno no sabe, un viaje largo siempre
- tiene peligros.
- No lo dijiste por eso... quisiste
- decir algo más.
- ¿Qué has querido decir?
- No me preguntas más y escucha, este es
- mi testamento,
- guárdalo, si pasados cinco años de mi
- partida, no he vuelto...
- Ábrelo y cúmplelo.
- Escucha Forti, te has escondido bien,
- y has sabido guardar tus secretos.
- Pero tú sabes que yo puedo adivinarlo...
- Creo sospechar tu terrible
- propósito, Galdino. No hagas eso.
- No te he llamado para consultarte
- lo que debo hacer.
- Sino para que me digas si aceptas o no
- cumplir la misión que te pido.
- Si, así lo recordamos Angelica y yo
- mucho debe haberte costado el
- renunciar a la música
- No lo he hecho del todo, Luis
- Mi padre logro de mi lo que quería,
- pero yo le he robado tiempo a la
- medicina para dedicarlo a la música.
- Hasta ha podido escribir algunas melodías.
- Si vieras que hermosa es una de ellas.
- ¿Quieres oírlas, Luis?
- No te has equivocado, soy tu amigo y
- debes decirme lo que buscas.
- Tal vez yo pueda ayudarte.
- ¿Tu? Je je... perdóname
- pero me has hecho reír.
- Tú no eres para estas cosas, Monter.
- Muy pocos hombres lo son.
- Pero yo sé que peligras Galdino,
- que necesitas un amigo. iré contigo.
- ¡De ningún modo! ¡En lo absoluto!
- Ya tengo un acompañante
- y con el me basta.
- El sí que es de la madera que
- necesito. Esta probado.
- ¿No será Pablo? -Por qué no?
- Porque no puedes llevártelo Forti
- ¿Ah no? - No,
- No tienes derecho de arrastrarlo
- contigo,
- puedes hacer de ti lo que quieras, pero no
- sacrificar más a ese pobre muchacho.
- Nunca dejaras de ser un mediocre medico
- de pueblo, Monter
- ¿Y pretendías poder ayudarme?
- Tu no entiendes estas cosas.
- Pablo, es mi colaborador indispensable,
- no mi hijo.
- No te das cuenta Galdino, de lo que
- estas haciendo con tu hijo?
- Le has ahogado la juventud...
- -Solo dices tonterías, Monter.
- ¿No sabes contestarme verdad?
- Te sientes culpable.
- ¿Por qué te tiembla la mano, Galdino?
- Esa maldita música, Pablo esta
- empeñado en tocar a todas horas,
- acaba por ponerme nervioso,
- y no dejarme trabajar.
- No, no es eso.
- Es que esa melodía de Pablo te recuerda
- como has ido sofocando todas las esperanzas.
- Vas a insistir...Primero contrariaste su
- ardiente vocación a la música,
- para hacerlo tu esclavo en el laboratorio
- Y ahora que va a casarse, truncas su idilio,
- para llevártelo quizás a la muerte.
- obligándolo siempre ha abandonar lo que
- más ama, por lo que le repugna.
- Que sarta de atrocidades dices. ¿Mi esclavo?
- ¿Qué le he obligado?
- ¿Le repugna nuestra gran tarea?
- Que necesito de aventarlo para llevarla
- a fin? Ha, ahora mismo lo vemos.
- Forti! ¡Escúchame!
- ¿A dónde vas?
- Pablo, Pablo, óyeme.
- Necesito una respuesta sincera Pablo.
- Han pretendido destruir la confianza
- que tengo en ti,
- diciéndome de que has sido mi
- colaborador solo por obligación.
- Constreñido por mi autoridad de Padre,
- es cierto? Has hecho todo nuestro
- gran trabajo, contra tu voluntad?
- ¿Contra mi voluntad? - Si Pablo, sí.
- Contra tu voluntad me han dicho.
- ¿Es cierto? Respóndeme, Pablo,
- desmiente eso, hijo mío.
- ¿Lo cree usted necesario padre?
- Ya sabe que le he ayudado por mi libre
- voluntad y mi propio interés.
- ¿Lo has oído bien, Monter?
- Además, nada importa el sacrificio
- de todos los Forti,
- Si ha de lograrse a su costa,
- el enorme bien para la humanidad
- que nosotros perseguimos.
- Agradezco mucho tu respuesta hijo mío.
- Porque ella me autoriza,
- ha pedirte el último esfuerzo que exige
- de ti nuestra tarea. He logrado reunir,
- todos los ratos que necesitábamos
- para nuestra expedición. Pablo.
- Quiere usted decir, ¿qué vamos a partir?
- Todo lo he preparado
- y partiremos enseguida. ¿Te disgusta?
- No es eso padre, es que
- no lo esperaba.
- Pero seguramente recuerdas tus promesas
- de llegar conmigo hasta el fin.
- ¿No me dejaras ir solo verdad?
- ¿Y nuestra boda, Pablo?
- Ya estoy viejo, hijo mío...
- Yo solo, tal vez no pueda concluir.
- No tengo más esperanzas,
- que la ayuda de tu juventud.
- He fiado totalmente en tu
- lealtad, y en tus promesas.
- Me acompañaras, ¿verdad?
- Y tú Angelica, también debes ayudarme.
- Se que es poco generoso de mi
- parte recordártelo.
- Pero hice muchos sacrificios
- por tu padre.
- A ti misma, te he tenido en mi casa,
- como una hija desde que el murió,
- no es así? -Si doctor, y tiene usted
- todo mi agradecimiento por ello.
- No he pretendido tu agradecimiento,
- sino tu cariño,
- y a tu cariño le pido que me ayude.
- ¿Y cómo puedo ayudarlo yo doctor?
- No influyendo en Pablo para que me
- abandone, cuando más lo necesito.
- Está bien, nada hare en contra del viaje
- de Pablo, ni nada que lo disguste a usted.
- ¿Sabrás esperarme Angelica?
- Te esperare cuanto sea necesario, Pablo. (21:04)
- Animo hijos míos, a todos nos serán
- recompensados nuestros sacrificios.
- Logrado el triunfo, se realizará la boda.
- Y yo podre morir en paz, ya
- cumplida mi misión en el mundo.
- Ya ha oído usted doña Engracia.
- Pablo y yo nos vamos, la casa
- quedará cerrada en nuestra ausencia.
- Y nadie debe entrara aquí,
- con ningún pretexto.
- He designado el pabellón del parque
- para Angelica y usted.
- Está bien doctor.
- El doctor Monter atenderá las necesidades
- de Angelica, y de usted, naturalmente.
- Disponga el traslado al pabellón
- cuanto antes.
- Así lo hare señor.
- Bien, ahora, haga el favor de
- acompañar a Angelica a su alcoba.
- Necesita descansar.
- Angelica, quiero hablar contigo.
- - Ya hablaras con ella después, Pablo.
- Cuando este más calmada.
- Ahora, acompáñame Monter, necesito
- terminar de darte mis instrucciones.
- - Pablo... - Escúchame Luis, del sitio
- a donde vamos es difícil volver.
- Vamos hombre, ¿Por qué es difícil volver?
- Te suplico que no me preguntes nada, y
- me prometas cumplir lo que voy a pedirte.
- - Dime lo que sea. - Promete que si no
- vuelvo, velaras por Angelica,
- como si fuera yo mismo, que tanto la amo.
- - Te lo prometo.
- - Júramelo. - ¿Crees que hace falta?
- Se que no habría necesidad, ni de que
- me lo prometieras siquiera,
- pero me iré más tranquilo si lo haces.
- - Te lo juro Pablo.
- - Gracias Luis.
- ¡Pablo!
- ¡Pablo! ¿Es cierto?
- Me lo ha dicho tía Engracia.
- ¿Mañana mismo?
- Si, al amanecer. Solo nos detenía
- el ultimo enfermo, y ha muerto.
- ¿Por cuánto tiempo,
- te lo ha dicho tu padre ya?
- Por muy poco tiempo, unas
- cuantas semanas, solamente.
- ¡Ah, Pablo! Si supieras la angustia que tengo.
- Tú sabes que mis sueños, muchas veces
- son avisos, y he soñado contigo.
- Te he visto como si tu alma huyese
- de ti después de este viaje.
- ¿Como podría explicártelo?
- Como si estuvieses muerto entre los vivos,
- moviéndote, pero sin alma ya.
- - ¿Me entiendes? - Por supuesto que no.
- ¿Como quieres que te entienda?
- Veras, te veía con el rosto inmóvil,
- y de una palidez mortal.
- ¡Ah, Pablo! Me ha parecido que
- no volveré a verte más.
- Vamos, vamos Angelica. Es demasiada
- preocupación por un viaje tan corto.
- Óyeme, ¿Quieres que toquemos por
- última vez nuestra balada?
- ¿Por qué hablas siempre así Pablo?
- Ahora me dices que toquemos por última vez,
- y cuando me diste esas violetas,
- me dijiste que eran las ultimas que me dabas.
- No seas niña Angelica. Digo por ultima
- vez, antes de mi partida.
- Anda ven al piano.
- Cuando repita nuestra melodía
- en la ausencia,
- recordare este momento, y será
- como si estuvieses junto a mí.
- ...y un buen guía. Necesito un buen guía
- que conozca la selva y sus caminos.
- Bueno, puedes quedarte esta noche en mi
- casa, y si necesitas un guía,
- todos aquí conocemos los caminos de
- la selva. ¿A dónde quieres ir?
- - Solo hasta Lago Negro. - ¿A Lago Negro?
- ¿A la tierra de los rostros pálidos?
- Eso es, a la tierra de los rostros pálidos.
- Entre nosotros no hallaras quien vaya contigo.
- Mira cómo solo la idea de ir,
- nos ha espantado a todos.
- - ¿Que pasa Juan?
- - Que estos hombres quieren ir a Lago Negro.
- ¿No sabes que la tierra de los rostros pálidos,
- no puede ser tocada por la planta de los vivos?
- ¿Por qué? Vamos a ver.
- - Dime porque los vivos no pueden ir a Lago negro.
- - ¡Porque les está prohibido!
- Ve tu con tu muchacho, si quieres,
- para que sepas por qué.
- Pero no dejare que te acompañe
- uno solo de los míos,
- y debo advertirte que, el que va a esa tierra
- de maldición y de muerte, no vuelve nunca.
- O si vuelve, peor para él. Porque vuelve con
- el rostro pálido. Y negado ya entre los vivos.
- Te veía con el rostro pavorosamente pálido,
- como si estuviese muerto entre los vivos, Pablo.
- Hay que investigar, padre.
- Por algo dicen eso.
- Vamos Pablo,
- ¿También tu eres supersticioso?
- De sobra sabes lo que podemos
- encontrar en Lago Negro.
- ... y he de conseguirlo.
- Le pagare a quien vaya cuanto quiera.
- Aquí encontraras techo y comida,
- alguno te llevara hasta el sitio mismo
- de donde está prohibido a los vivos pasar.
- Pero nadie ira contigo hasta donde tú quieres.
- Y si ustedes van...
- - ¿Qué es eso padre?
- - No sé, vamos a ver.
- Es la danza mágica, que nos protege
- contra el advenimiento de los blancos.
- Con ella, despedimos a los que escuchan
- la voz de la muerte, y no la temen.
- Óyelo bien blanco,
- mi hijo solo te llevara hasta donde está prohibido
- a los vivos pasar a la tierra de los muertos.
- Que Dios te proteja, a ti y a tu muchacho.
- Estos huesos avisan,
- que no se debe pasar de aquí.
- Tú sabes mejor que nosotros
- el camino a Lago Negro.
- Te pagare cuanto quieras por seguir.
- Ya te he dicho todo lo que se
- de ese camino, yo no sigo.
- Los vivos no deben pasar de aquí.
- Alto o te disparo, y mueres sin
- necesidad de ir a Lago Negro.
- - Vas a seguir con nosotros, queriendo o no.
- - Prefiero que me mate.
- Pobres indios, nada puede mas
- en ellos que la superstición.
- Usted sabe padre, que no es solo superstición.
- Bien pablo, necesitamos ir,
- y hemos de ir solos.
- Tenemos que dar con el camino.
- Vamos. (30:17)
- Si, ciertamente son muchos 8 años
- para un corazón joven como el de Angelica.
- Teníamos que salvarla de la desesperación y
- los recuerdos, con la ayuda del tiempo.
- Con la ayuda del tiempo, y con la
- ayuda de Luis, ¿Verdad?
- - Lo sé, y usted lo dice.
- - Claro que lo digo.
- Ese ha sido el mejor remedio. Cada vez
- que viene Luis, Angelica parece otra.
- Entonces, ¿Usted cree que lo lograremos?
- Ya lo creo, mire usted.
- Entonces, ¿Te alegran sinceramente
- nuestras visitas?
- Son mi única alegría Luis.
- Te lo aseguro.
- - ¿Lo ha visto usted?
- - Si, la cosa va muy bien.
- Si viera usted lo que me alegra,
- el recuerdo de Pablo, la ha dañado mucho.
- Oiga usted doctor, ¿Nada ha vuelto a
- saberse de Pablo y su padre?
- De ellos no volverá a saberse más.
- Son muchos años para tener todavía
- esperanzas, doña Engracia.
- He aguardado tres años mas
- del plazo que Forti me dio,
- pero ahora si es imposible
- seguir esperando.
- A mi regreso, abriré el testamento
- y lo cumpliré, como se lo prometí.
- - ¿Entonces usted cree que han muerto?
- - Si, doña Engracia.
- Y por lo poco que sospeche de su viaje, puedo
- decirle que su fin debe haber sido terrible.
- Los dejamos a ustedes conversando, padre.
- La noche, está muy hermosa y se nos ha
- antojado salir un momento.
- Bueno Luis, pero no tardes,
- que nos queda poco tiempo ya.
- Solo iremos hasta la quinta Forti.
- Mira, mira bien hacia adentro Angelica.
- Perdona mi insistencia. Pero necesitaba
- convencerme de que ya no sientes ese dolor
- tan desesperado que sentías antes,
- cuando venias aquí,
- cuando el recuerdo de Pablo te
- perseguía en sueños terribles.
- Por favor, Luis, ¿Por qué ese
- empeño en hablarme de Pablo?
- Porque solamente viéndote
- curada de tu obsesión,
- puedo decirte lo que me he
- callado tanto tiempo.
- ¿No quieres que mejor volvamos a casa?
- Tengo frio. - Espera Angelica.
- Esta vez, no podré irme sin decírtelo.
- Pablo mismo, me encargo que velara
- por ti, si el no volvía.
- Yo te he amado desde niño,
- como nada en el mundo.
- Quiero que me concedas el derecho
- de protegerte siempre. Siendo mi esposa.
- ¿No me contestas nada, Angelica?
- Luis no puede estar más contento
- que yo, Angelica.
- No sabes lo feliz que me hace,
- que hayas accedido a ser mi hija.
- Prepárate de prisa Angelica,
- que solamente nos llevara
- unas cuantas semanas,
- el tenerlo todo dispuesto.
- ¿Cuento tiempo hace que no te
- veía tan contenta Angelica?
- Si tía estoy muy contenta.
- Por primera vez, desde hace
- mucho, voy a dormir feliz.
- ¡tía Engracia! ¡tía Engracia!
- ¿Lo ha oído usted?
- ¿Qué te pasa Angelica?
- - ¿Lo ha oído usted?
- ¿Pero que, muchacha?
- Oía la balada, la balada de Pablo.
- Aquí mismo, en mi cuarto tal vez.
- Cálmate niña, ¿Que estás diciendo?
- ¿Y ahora, lo ha oído usted?
- - ¿Pero que, hija mía?
- No he oído nada.
- - Si tía, sí.
- Pablo está aquí, ha venido a
- reclamarme el olvido de su amor.
- Su música ha venido del parque.
- - Vamos, Angelica, no seas niña.
- Has tenido alguna pesadilla.
- No, óigale. En el parque.
- No es otra cosa, que el
- rumor del viento entre los árboles.
- No lo oí claramente,
- muy cerca de mí.
- Oh, tía, siento muy cerca a Pablo.
- Al pobrecito de Pablo,
- sufriendo por mi olvido.
- Tal vez me mira, quiere
- hablarme, y no puede.
- ¡Angelica, Angelica. ¡Cálmate! Date
- cuenta que has estado soñando. Angelica
- ¿Te sientes bien ahora?
- - Si, con la luz de la mañana,
- ya casi me parece que soñé.
- Y soñaste, que capricho, muchacha.
- Es necesario que sepas dominar tus nervios.
- Angelica, ¿a dónde vas?
- - Voy hasta la quinta Forti,
- quiero convencerme de que sigue como
- anoche, cerrada y desierta.
- Así me tranquilizare del todo.
- - ¿Quiere que te acompañe?
- No tía, prefiero ir sola. El aire
- de la mañana, acabara de despertarme.
- No se puede pasar.
- - ¿Quién es usted?
- Me llamo Crescencio,
- y soy del corazón de la selva.
- De ahí vengo acompañando al doctor Forti.
- - ¿El doctor Forti?
- ¿Pero ha venido el doctor Forti?
- - Si, esta misma madrugada.
- ¿Solo?
- - Conmigo nada más.
- ¿Y Pablo?
- - ¿Pablo?
- Si Pablo, el hijo del
- doctor Forti.
- Yo no conozco a Pablo, ni sé que
- haya sido de él.
- Pero donde quiera que este, puedo decir
- que no debe contársele ya entre los vivos.
- Necesito ver enseguida al doctor Forti.
- El doctor Forti no quiere ver a nadie,
- absolutamente a nadie.
- ¡Justo!
- - Señorita Angelica.
- Este hombre dice que ha llegado
- el doctor Forti,
- Justo, y que ha llegado solo,
- ¿Qué sabe usted?
- Nada más que el doctor me telegrafió,
- que volviera a sus servicios, señorita.
- Y que estoy feliz porque no ha muerto,
- como creíamos todos.
- Pero de Pablo, Justo,
- ¿Qué ha sido de Pablo?
- No se señorita, de él no me
- habla el doctor en su mensaje.
- Haga usted que me deje pasar este hombre,
- necesito ver enseguida al doctor Forti.
- El doctor no quiere ver a nadie,
- ya lo he dicho.
- No sufras Angelica, nada pueden tardar las
- noticias del doctor,
- y entonces sabremos de Pablo.
- Han llamado.
- - Es mejor que vaya yo, Angelica.
- Soy yo, el doctor Forti.
- ¿No me reconoces Angelica?
- ¡Abrázame, hija mía!!
- Que bellas estas Angelica.
- Mucho más hermosa que cuando te dejamos. (40:01)
- ¿No me preguntas por Pablo?
- - No me atrevo doctor.
- Puedo decírtelo así, bruscamente.
- Porque el habernos dado todos por muertos,
- te habrá preparado el ánimo, hija mía.
- No, no lo diga usted, lo comprendo.
- Si, Angelica. Murió.
- Murió sacrificado por mí.
- Por su propio padre.
- Y yo he vuelto vencido y envenenado
- para siempre, por el arrepentimiento.
- Contigo también estoy en deuda,
- porque tú también fuiste sacrificada
- a mi locura, Angelica.
- No hable usted así doctor.
- - Si hija mía, sí.
- He sido un criminal, si supieras
- como murió Pablo.
- Pero la muerte de Pablo,
- y todo ese viaje maldito,
- son cosas horribles
- que más vale olvidar,
- y que tu ignores.
- Escuche usted doctor, anoche
- he oído a Pablo.
- Lo he oído tocar su melodía muy cerca.
- En el parque.
- ¿El violín de Pablo?
- - Si, era el, lo oí claramente.
- No hija mía, no puede ser.
- Tu amor desesperado te lo habrá
- fingido en el sueño.
- Eso le he dicho yo doctor,
- pero Angelica sufre mucho con sus sueños.
- Para ella son realidad.
- - Bueno, no hablemos más de eso.
- Desde hoy, soy como tu padre, Angelica.
- En cuanto quede la quinta limpia,
- y habitable otra vez,
- vendrás conmigo como antes.
- ¿Aceptas verdad?
- La esperanza de que me perdonaras y de
- que quisieras ser para mí como una hija,
- ha sido lo único que me ha dejado vivir.
- ¿Vendrás?
- Di que sí, Angelica.
- Tu tía también vendrá contigo,
- y tendrás cuanto desees.
- Acepta Angelica, no sabes cuanto
- mitigaras mi remordimiento. (42:07)
- Está bien doctor, en cuanto usted
- nos avise, volveremos a la quinta.
- Ah, hija mía.
- Si supieras lo que me alivia tu
- decisión y el bien que me haces.
- Y ahora te dejo, no quiero
- entristecerte más.
- Cuando todo esté listo en
- la quinta, te avisare.
- Adiós, y ojalá haya paz esta
- noche para Angelica.
- Doctor.
- No quise decírselo a Angelica
- para no aumentar su angustia,
- pero no fue alucinación ni sueño,
- yo también oí el violín de Pablo.
- ¿El violín de Pablo?
- Si, puede haberse oído,
- y no me extraña.
- Porque la sombra de mi hijo me
- acompaña a donde quiera que voy.
- ¿Por qué aceptaste Angelica?
- El doctor Forti me da miedo.
- Hubiera sido muy cruel negarse tía.
- ¿No ha visto usted como esta?
- - ¿Y se olvida de todo cuanto le debemos?
- -Pero tú tienes derecho a la felicidad
- que el siempre a estrobado, Angelica,
- debiste hablarle de tu compromiso con Luis.
- Nosotros nos iremos a vivir por
- un tiempo con el doctor Forti.
- Si acaso no me arrepiento para
- siempre de mi deslealtad a Pablo.
- ¿Por qué piensas que es deslealtad
- hija mía? ¿Acaso no ha muerto?
- -¡¡¡AAhhhh!!!
- - ¿Qué es?
- - ¿Que has visto Angelica?
- -Oh tía...
- - ¿Que tienes muchacha?
- - ¿Por qué te has asustado así?
- -Ay nana, un rostro horrible
- A nadie se ve.
- Tus nervios Angelica, tus nervios.
- Ves como no puedes quedarte aquí,
- acabarías por enfermarte seriamente.
- Anoche oí realmente tía, y hoy
- he visto con toda claridad.
- ¿Pero qué es lo que has visto
- muchacha? Por dios.
- Un rostro horrible.
- Un rostro absurdamente pálido,
- que parecía el de un muerto.
- Solo los ojos le brillaban
- con vida y me miraba con una
- tristeza tan profunda que se
- me helo la sangre en las venas.
- Hijita, hijita ¿Que tienes?
- Me asustas.
- ¿Lo ve usted tía?
- Es Pablo
- Pablo que me ve desde la
- muerte y no quiere que me vaya,
- ni que sea de nadie más.
- Reprímete Angelica, vuelve en ti
- que me aterrorizas a mí también.
- No podemos irnos tía,
- no podemos.
- Nos quedaremos aquí para siempre,
- porque Pablo lo quiere así.
- El violín de Pablo, Angelica.
- En el que tocaba su melodía
- cuando tú lo acompañabas.
- Es todo lo que pude salvar de él.
- Bueno doctor, no iba a mostrarnos
- la alcoba de Angelica. - Es cierto.
- Ven a conocer tu alcoba.
- La he mandado a decorar de nuevo,
- para que te sientas a gusto en tu casa.
- Escúchame, Angelica,
- tú has venido aquí como mi hija.
- Y aquí, eres la dueña,
- pero te suplico que respetes una prohibición
- que existe para cuantos habitan esta casa:
- Pasar por esa puerta, allí guardo los
- instrumentos que tocaron las manos de Pablo.
- Debe ser un lugar sagrado para todos.
- Quien no escuche esa advertencia, y se
- atreva a pretender entrar,
- esta amenazado de graves peligros.
- No hay que preguntar por qué.
- ¿Ha oído usted, doña Engracia?
- Perfectamente doctor.
- En todo lo demás, puedes hacer y
- deshacer a tu antojo, hija mía.
- Veras la alcoba, te va a encantar.
- ¿Te gusta verdad?
- Esta arreglada especialmente para ti, por
- un decorador que hice traer de la ciudad.
- Creo que todo será de tu agrado.
- Pero si hay algo que no te gusta,
- dímelo, y lo cambiaremos en seguida.
- Esa ventana doctor, ¿Por qué esta
- abierta hacia un sitio tan oscuro?
- Y precisamente frente al lecho,
- Parece que han querido que caigan
- sobre él sombras, en vez de luz.
- No diga usted tontería, Señora.
- Usted no entiende de estas cosas.
- Esa ventana es... ha sido un capricho
- del decorador, hija mía.
- Si, precisamente frente al lecho, el
- artista quiso simbolizar así
- la ventana que los sueños de los
- humanos abren al misterio.
- - Doctor. - ¿Qué diablos quieres?
- - Esa mujer insiste otra vez en verlo.
- - Vieja maldita, se entromete en todo.
- Hay que detenerla las suspicacias de
- esa mujer de algún modo, hazla pasar.
- Adelante señora, adelante. Vamos a ver,
- ¿Por qué insiste usted tanto en molestarme?
- Doctor, Angelica esta trastornada,
- y temo por su razón.
- ¿Trastornada dice usted?
- Eso me interesa mucho, doña Engracia.
- ¿Qué síntomas ha advertido usted?
- Se siente vigilada por el alma de Pablo,
- Celada por él, el ambiente de esta casa,
- la hace sentirse presa del recuerdo
- del muerto. Debe usted salvarla doctor.
- ¡Magnifico!
- Angelica es muy sensible.
- Es como una sensitiva,
- pero no esperaba yo que tan pronto.
- ¿Qué dice usted doctor?
- ¿Le parece magnifico que Angelica
- este enloqueciendo? ¿Lo esperaba?
- ¡Magnifico, al fin! Pero esto no es
- cosa que le importe a usted.
- Solo le interesa saber que de hoy en
- adelante, no podrá ver más a Angelica.
- Porque es ya solo mía.
- Ahora ¡Márchese usted!, ¡Márchese usted!
- Que ya he dicho todo,
- cuanto podía interesarle.
- No, no me marcho sin que
- me explique usted.
- ¡Crescencio!
- Acompañe a la señora a su habitación.
- Es ya muy tarde para ella.
- Se equivoca si cree que voy a irme sin que
- me explique esas cosas absurdas que ha dicho.
- - Vamos señora.
- - No me toque usted, atrevido.
- Bien, márchese por su propia voluntad,
- si no quiere que Crescencio la ayude.
- - ¿Llamaba el señor?
- - Si, haz venir a la señorita Angelica,
- y en seguida vete a dormir,
- que no te necesito más por hoy.
- ¿Por qué se me encierra?
- ¡Hágame el favor de abrirme enseguida!
- ¿No me oye usted?
- Ven hija mía, quiero hablar mucho
- contigo de Pablo.
- Bebe Angelica, bebe.
- Ahora me escuchara tu alma, libre de
- cualquier pensamiento que yo no desee.
- Dime, ¿has sabido conservar
- tu amor por Pablo?
- Si, desde que volví a esta casa,
- lo siento vivo más que nunca.
- Como si Pablo estuviese junto a mí.
- Y esta Angelica, está aquí, entre nosotros.
- Su alma pena por ti.
- Y solo se salvará si sabe resistir la prueba
- de no temerla y de seguir siendole leal.
- Oh sí, yo sé que está aquí entre nosotros.
- Penando, lo siento muy cerca, Doctor.
- Como si quisiera hablarme.
- Pero tú puedes salvarle y no puedes
- temer a quien tanto amas.
- No puedo temer a quien tanto amo.
- Entonces, ven al piano.
- Toca la melodía que amaba el,
- y que amabas tu.
- Así le enviaras el testimonio del
- recuerdo y que vive aun...
- Empieza hija mía, y que Dios
- mantenga tu fortaleza.
- Sigue Angelica, sigue.
- Escuchas a Pablo como antaño,
- por qué vive su recuerdo en ti.
- Se fuerte Angelica.
- Se fuerte.
- Se acerca, lo voy a ver frente a mí.
- No puedo, no puedo.
- Calma hija mía, calma.
- Escuchas a Pablo solo en tu corazón.
- No sabes cuánto agradezco tu lealtad.
- Basta por hoy,
- que la prueba ha sido terrible.
- Ven a descansar.
- Descansa, pero ni en sueño,
- olvides el amor de Pablo.
- - ¿Aun despierto Justo?
- - Estaba leyendo señor.
- ¿Y has escuchado verdad?
- Bien.
- Cuando hice que volvieras a mi servicio
- fue porque estaba seguro de tu lealtad,
- y de que podía contar en todo contigo.
- - Y así es señor.
- Bueno, cualquier cosa que hayas oído
- esta noche, y que oigas de hoy en adelante...
- Olvídalas, me servirás así mejor
- que de cualquier otro modo.
- Está bien señor.
- Era un rostro horrible.
- El terror de una extraña influencia
- que emanaba de aquella aparición,
- me hicieron perder el sentido.
- Cuando volví en mí,
- la puerta estaba cerrada con polvo
- y telarañas en todas las rendijas,
- tal como si no hubiese sido
- abierta en muchos años.
- Bueno sea lo que sea la razón de Angelica,
- corre peligro aquí, y tenemos que salvarla.
- Tome la carta y llévela al correo enseguida.
- El doctor Monter,
- tiene que recibirla cuanto antes.
- Está bien Señora, me comprometo a que
- salga en el tren de hoy mismo.
- Le repito que el doctor Forti,
- no quiere hablar con usted
- ni hoy ni mañana, ni nunca.
- - ¿Pero le ha dicho usted mi nombre?
- Si, el doctor Julio Monter.
- Está bien.
- - Un momento señor, el doctor Forti le
- permite a usted pasar aquí la noche.
- en atención a que es muy tarde.
- Pero mañana mismo deberá usted abandonar
- la quinta, por su propia conveniencia.
- Está bien, así lo hare.
- Justo lo llevara a su habitación, y le
- aconsejo duerma profundamente esta noche.
- Lo ve usted, el doctor Forti parece
- cada día más perturbado.
- Ahora mismo doña Engracia, le dará a
- usted cuenta de todos los detalles. (60:02)
- Pero es preciso que no se enteren
- de qué habla usted con ella.
- Si no se vaya mañana mismo...
- maldito sea.
- Venir a importunarme, precisamente hoy.
- Ahora habrá que aplazarlo todo,
- solo por ese idiota
- y aguardar una noche más.
- Cuando Angelica esta ya dispuesta,
- y otra dosis puede serle fatal.
- Crescencio, esta noche hay
- que ser muy cuidadosos,
- no pasaras por la puerta prohibida,
- hasta después de la media noche.
- Y no se trata de una alucinación
- de Angelica, doctor. Yo lo he oído,
- y justo lo ha visto poniendo las manos
- sobre llamas, sin sentir dolor alguno.
- ¿Que? ¿Como ha dicho usted?
- ¿Quemándose las manos sin sentir?
- Bueno, tal vez el terror hizo
- que Justo viera eso.
- No, Justo ha visto bien.
- Es necesario que haya visto bien,
- para que todo quede explicado.
- Tenemos que cuidar mucho de
- Angelica, doña Engracia.
- Porque algo más que su vida,
- es lo que está peligrando aquí.
- Me asusta usted doctor.
- Hay que tener calma que
- seremos muchos para defenderla.
- Luis no llego hasta aquí para no
- despertar más sospechas en Forti,
- Pero esta cerca y vendrá
- en cuanto le avisemos.
- Ahora importa aprovechar la noche,
- porque todo lo habrán aplazado
- esperando a que yo me marche.
- Vigile usted todo el tiempo.
- No duerma doña Engracia,
- sí oye pasos, salgo y sígalos.
- Observe todo lo que pueda,
- y luego me lo contara.
- Porque yo tengo que hacer
- mi parte entretanto.
- ¿Y si me encierran a media
- noche como otras veces?
- No lo harán, hoy todo será natural
- mientras no nos sorprendan.
- De cualquier modo, Justo ya sabe
- donde encontrar las llaves.
- No olvides mis instrucciones Justo,
- y recuerda que se trata de
- salvar la razón de tu amo.
- [Observaciones del Dr. Galdino Forti en la
- tierra llamada de "los rostros pálidos"]
- ¡¡Socorro!!
- ¡¡Doctor Monter, me muero!!
- Doña Engracia,
- ¿Qué le han hecho a usted?
- ¿Qué ha pasado?
- La puerta.... Angelica...
- El rostro pálido....
- ¡Doña Engracia, hable usted!
- ¡Es necesario que hable usted!
- Es inútil Monter,
- ¿No ves que está muerta?
- Diagnostica tú mismo
- la causa de su muerte.
- Y bien, ¿De qué ha muerto
- nuestra pobre Engracia?
- Sincope cardiaco.
- Tenía que ser.
- El terror ha sido la causa tal vez.
- Sincope cardiaco.
- Sincope cardiaco.
- ¡Quieto o disparo!
- Bien sabes que no me
- atrevería a dispararte.
- Abre Justo, soy yo.
- Pronto, me muero. Justo...
- ¡Doctor, doctor!
- ¿Qué le pasa?
- Me muero Justo,
- me muero...
- No, no te ocupes de mí.
- Busca a Luis.
- Dile que venga.
- Angelica peligra.
- El rostro pálido es...
- ¿Qué ha sido Justo?
- ¿Le pasa algo al doctor Monter?
- Creo... creo que está muerto señor.
- Si, vaya si está muerto.
- Ha sido un sincope cardiaco.
- Por no dormir profundamente esta noche.
- Hazte cargo del cadáver Justo.
- Y recuerda lo que le pasa al que no duerme,
- y escucha, lo que no debe escuchar.
- Sincope cardiaco.
- Animo señor, no tiene remedio.
- Y ya que he podido traerlo hasta
- aquí, sin que se den cuenta,
- necesita usted de toda su energía,
- para poder auxiliar a la señorita Angelica.
- Dices bien Justo.
- Primero es socorrer a Angelica.
- Luego habrá tiempo de castigar
- a quien lo merezca.
- Si no hay culpable señor, se lo aseguro.
- Quien sabe que vería su padre, que sufrió
- un sincope cardiaco, por terror,
- como doña Engracia.
- No Justo, mi padre no era de los
- que mueren por terror,
- alguien ha sido, lo sé. Pero ahora
- solo hay que preocuparse por Angelica.
- Nadie debe saber que ha llegado usted señor.
- Permanezca en el pabellón,
- y a la media noche entre
- usted en la casa con esta llave.
- Yo le esperare alerta,
- sí me dejan.
- Pero no deberíamos esperar
- tanto tiempo, Justo.
- No hay otro remedio señor,
- sí lo descubrieran a usted
- estaría todo perdido.
- ¡Justo!
- Entra. Te necesito.
- ¿De dónde vienes?
- - Del pueblo.
- Fui de compras, como
- todas las semanas, señor.
- ¿Nada más?
- Nada más, señor.
- ¿No te hizo algún encargo
- Monter antes de morir?
- Solamente me dijo que se sentía morir.
- ¿Solo eso?
- Nada más, señor.
- Conozco que estas mintiendo Justo.
- - Señor, yo le aseguro a usted...
- Tu voz tiembla, ¡Estas mintiendo!
- ¡Ven acá!
- Podrás haberme engañado o no, Justo.
- Pero de todos modos es mejor que
- no puedas moverte hoy.
- Debes beberlo hija mía.
- Hoy lo necesitas más que nunca.
- Te hará fuerte, y todo será más fácil.
- - No doctor, por favor.
- Les tengo miedo a los extraños sueños
- que me provoca esa bebida.
- Pues es necesario, por que
- la hora decisiva, ha llegado.
- ¿Vas a temblar ahora? ¿Después que
- has pasado las pruebas más duras?
- ¿Y cuando la salvación de Pablo,
- depende solo de ti?
- Vamos, bebe hija mía.
- - No doctor, no puedo más.
- Perdóneme, pero creí ser más fuerte
- y el terror me ha dominado.
- No podre resistir por más tiempo
- el ambiente de esta casa,
- Y mañana mismo me iré
- de aquí con mi tía.
- ¿Que?
- ¿Como has dicho?
- ¿Has podido tenerme engañado
- con tu amor y tu valor?
- ¿Y ahora resulta que me abandonas,
- cuando más te necesito?
- ¿De modo que ha sido inútil
- todo mi trabajo?
- ¿Y que tu pequeña voluntad va a
- poder más que la mía?
- No Angelica.
- No te iras de aquí tan fácilmente.
- No te iras sin que se cumpla el enorme
- sacrificio para el que estas destinada.
- ¡Por dios doctor!, ¿Que tiene usted?
- Ahora más que nunca,
- necesito que tomes esto.
- Vas a beberlo enseguida.
- Perdóname, la idea de que pudieras
- abandonarme, me ha trastornado.
- Si quieres,
- mañana mismo puedes irte con tu tía.
- Me conformare con que vengas a
- verme de vez en cuando.
- Pero esta noche, tienes que ser dócil
- y ayudarme en todo lo que te pida.
- Hare cuanto usted me pida, doctor.
- Pero por favor, no me haga beber eso.
- Si no tienes por qué temerlo,
- solo te hará bien.
- Voy a acompañarte,
- para que veas que no es nada malo.
- ¿Lo tomaras si yo bebo contigo?
- ¡Aahh! ¡Has bebido al fin!
- Has triunfado de tu miedo,
- y ello te será recompensado.
- Ahora no temerás más,
- y tu voluntad será solo mía.
- Escúchame, Angelica.
- Esta noche, serás la esposa de Pablo,
- aun cuando sea después de la muerte.
- Ven a tu alcoba, y aguarda.
- Pasa, y espera la hora, hija mía.
- ¿Qué es esto? (75:09)
- Un traje de novia.
- ¿Un traje de novia?
- - Si, un traje de novia para Angelica,
- porque Angelica va a desposarse
- esta noche con la muerte.
- Angelica no debe salir de
- aquí sin su esposo.
- Déjeme usted pasar,
- necesito ver a mi tía.
- El doctor Forti está loco.
- Su tía está enferma, muy enferma,
- no puede usted verla.
- Y el doctor Forti no está loco,
- sabe bien lo que hace.
- ¡Déjeme usted pasar!
- Te lo ruego Angelica,
- vístete el traje de desposada.
- No me obligues a que sea Crescencio,
- quien te vista la puerta.
- ¿Crescencio?
- ¿Se atrevería usted?
- Entonces póntelo tu misma, hija mía.
- Si supieras el bien que vas
- a hacer a Pablo.
- Está bien,
- me vestiré si tanto lo desea.
- Gracias, hija mía.
- Volveré para verte con él.
- Quiero darme cuenta de lo hermosa
- que te va a encontrar tu esposo.
- No quiere hacer usted que
- venga mi tía a ayudarme.
- ¿Tu tía?
- No puede ser.
- Ya te ha dicho Crescencio
- que está muy enferma.
- ¡Dios mío!
- ¿Por qué temes hija mía?
- No sabes lo que aquí te amamos.
- ¡No, déjeme usted! Yo voy a vestirme,
- a hacer lo que usted quiera, pero déjeme.
- Que bella estas Angelica,
- tu esposo mismo se va a sorprender.
- Ahora, escúchame.
- Ha llegado el momento en que tu amor,
- va a someterse a una extraña prueba,
- con la experiencia más extraordinaria.
- Prepara tu corazón, y se todo
- lo fuerte que yo te he enseñado.
- Y alégrate, Angelica, porque al fin
- vas a ser la esposa de Pablo.
- Calle usted Doctor, por favor
- que va a enloquecerme.
- Te dejo, para que a solas te ayudes
- con tus recuerdos de amor.
- Espéralo,
- que vendrá a la media noche.
- ¿Vendrá él? ¿El?
- A la media noche.
- !Aaaaahhhhh¡
- ¿Justo? ¿Justo?
- No temas Angelica,
- no te hare ningún daño.
- Estas con quien más te ama.
- Con quien tu amaste.
- La voz de Pablo...
- Si, Pablo a muerto,
- pero su alma vive y esta frente a ti.
- Solo tu amor puede salvarlo.
- Si es que tu no me temes.
- ¡Angelica!
- ¿Qué has hecho?
- Dios mío, ¿que tienes?
- ¿Qué cosa horrible te ha pasado?
- Vengo yo de la tumba,
- sin acabar de consumirme.
- ¡Pablo, Pablo!
- ¿Por qué estas así?
- Se que nunca debí volver
- en este estado,
- pero me venció el deseo de verte.
- Soy un maldito, Angelica.
- Un muerto en vida.
- - ¿Pero qué es lo que tienes?
- Cálmate y explícame por favor.
- Ven, siéntate a mi lado,
- y cuéntamelo todo.
- Es algo terrible.
- De los trabajos de mi padre,
- que buscaba sanar a los leprosos.
- Mientras él creía encontrar el remedio,
- yo adquirí la lepra.
- ¿La lepra?
- ¿Me huyes?
- Tú también verdad. Como todos.
- Pero tú eres la única que no debía huirme.
- Ya no encontrare compasión en nadie,
- si tú me la niegas.
- Oh, no digas eso.
- En mi si encontraras compasión, Pablo.
- Pobrecito Pablo.
- Corramos señor, dios sabe lo que
- pretenden hacerle a la señorita Angelica.
- ¿Pero a donde Justo?
- - A su cuarto.
- ¿Pero cómo pudo ser esto tan horrible?
- El mal se me manifestó, cuando estuvimos
- en la tierra de los rostros pálidos,
- un pueblo de leprosos aislados
- por el horror de los demás.
- Y donde mi padre esperaba
- terminar su experimento.
- De ahí traje yo la máscara que aquellos
- usan, para no inspirar tanto asco.
- Y así tuve yo también el rostro pálido.
- Ahí debí quedarme para siempre,
- pero no pude Angelica, no pude.
- No me resigne a perderte, a renunciar a ti,
- por un castigo que no merecía.
- Quise gozar de tu amor, besarte,
- tenerte entre mis brazos.
- ¿Que tienes Pablo?
- ¿Por qué me miras así?
- Escúchame hasta el fin,
- y tal vez sabrás perdonarme todo
- el mal que te aguarda conmigo.
- - ¡Pablo!
- Mi padre se volvió loco
- de desesperación, al ver que era
- yo presa del mal que el
- creía haber dominado.
- Quiso satisfacerme,
- recompensarme en todo
- y decidimos alucinarte,
- preparándote con drogas
- y sugestión, para que creyeras
- en el amor de un muerto.
- Pero en realidad...
- para que fueras la esposa de un leproso.
- ¡Suéltame, suéltame!
- No está aquí Justo
- Vamos al pasillo señor,
- a la puerta prohibida.
- ¿Qué hace usted en mi casa,
- entrando a la media noche como un ladrón?
- ¿Y usted que ha hecho de Angelica,
- doctor Forti?
- ¡Haz salir a ese hombre de mi
- casa, Crescencio!
- ¡Suelta!
- ¡Corra usted señor,
- a la puerta del laboratorio!
- ¡Traidor!
- Bésame, dime que me amas,
- que recuerdas tus promesas de amor.
- Pablo, Pablo, domínate,
- no hables de ese modo.
- ¡No, retírate,
- no puedo, no puedo!
- ¿Te repugna besarme,
- verdad?
- Pues voy a convertirte en un
- ser tan repugnante como yo,
- para que no me temas más,
- y puedas amarme.
- No, no, no...
- no, no, no...
- ¿Me tienes asco verdad?
- - ¡Déjame, déjame, Pablo!
- Todo tu amor, tu gran amor,
- se reduce a esto.
- ¡No, no, Pablo, ¡por dios!
- ¡Luis!
- Pablo...
- Estas realmente loco, Pablo.
- ¿No te das cuenta de lo que eres,
- ni del crimen que pretendía cometer?
- ¿Y quién eres tú,
- para venir a reprochármelo?
- Angelica es mía, ¿Lo oyes?
- ¡Mia!
- Por su propio juramento, y estoy
- dispuesto a tomarla por la fuerza.
- Suéltala por tu voluntad Luis,
- o te costara caro.
- ¡Pablo!
- Hijo mío...
- Padre... ¿Qué tiene usted?
- El mayordomo me ha herido,
- y ha hecho bien.
- Ha sido la mano de la justicia.
- La proximidad de la muerte,
- me ha vuelto en mí.
- Hemos estado locos, hijo mío.
- Locos...
- - No va usted a morir padre.
- Si hijo, voy a morir.
- Y es mejor.
- Pero antes, quiero pedirte
- que olvides tu locura,
- y no sacrifiques a Angelica, y que me
- perdones, todo el mal que te he hecho.
- Vuelve en ti Pablo, hijo...
- he vuelto...
- Mi padre tiene razón, Angelica.
- Perdónalo tú también,
- y perdóname a mí.
- Pablo, ¿Dónde vas?
- A donde deben estar los muertos,
- como yo.
- ¡Pablo, Pablo!
- ¡Espera!
- ¡Pablo!
- ¡Pablo!
- No mires más Angelica,
- ha sido mejor para él.
- --Fin--
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