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- Cuando se despertó, el sol ya se había escondido. Miró a su compañero, tenso, y asintió. No podrían permanecer más tiempo allí. Sus fieros y entusiastas carácteres no permitían oposición. Aborrecían la iniquidad que aquel frívolo monarca les hacía cometer. Entonces solo encendieron, con sus grises harapos, una fogata bajo el tejado. Y luego de haberlo quemado completamente, entendieron que no existían límites.
- Pero aún no podían escapar. Manos y piernas los distanciaban de su salvación. No podrían salir por sobre las paredes, así que decidieron escavar.
- Las manos sucias de esos jóvenes abrieron una grieta en el suelo. Aquella abertura era, día a día, parsimoniosamente ahondada, procurándose no fuera descubierta por el omnisciente régulo.
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