Hakim Bey

1. CAOS

El caos nunca murió.

Bloque primordial sin talla, único monstruo reverenciable, más ultravioleta que cualquier mitología (como las sombras de antes de Babilonia), la original en indiferenciada unidad-del-ser radia aún serena como los pendones negros de los Asesinos, aleatorios y perpetuamente intoxicados.

El caos es antes que cualquier principio de orden o entropía, no es ni dios ni gusano, sus deseos idiotas definen y acompañan cualquier coreografía posible, todos éteres y flogistos sin sentido: sus máscaras son cristalizaciones de su falta rostro, como las nubes.

Todo en la naturaleza es perfectamente real, incluida la conciencia, no hay absolutamente nada de qué preocuparse. No sólo las cadenas de la Ley han sido quebradas, nunca existieron; los demonios nunca guardaron las estrellas, el Imperio nunca echó a andar, a Eros nunca le creció barba.

No escucha, lo que pasó fue esto: te mintieron, te vendieron ideas del bien y el mal, te hicieron desconfiar de tu cuerpo y avergonzarte de ser un profeta del caos, inventaron palabras repulsivas para tu amor molecular, te hipnotizaron con falta de atención, te aburrieron con la civilización y todas sus emociones banales.

No hay transformación, no hay revolución, no hay lucha, no hay camino; ya eres el monarca de tu propia piel—tu libertad inviolable espera a ser completa sólo por el amor de otros monarcas: una política de sueños, urgente como el azul del cielo.

Para abandonar los derechos ilusorios y las dudas de la historia se necesita una economía de la Edad de Piedra--chamanes no sacerdotes, bardos no señores, cazadores no policía, recolectores de lentitud paleolítica, gentiles como la sangre, desnudos como un signo o pintados como pájaros, detenidos en la ola de la presencia explícita, el ahorasiempre sin tiempo.

Los agentes del caos lanzan miradas ardientes a cualquier cosa o persona capaz de presenciar su enfermedad, su fiebre de lux et voluptas. Yo estoy despierto sólo en lo que amo y deseo al punto del terror—lo demás es sólo mobiliario cubierto, anestesia cotidiana, mierda-por-ideas, el ennui subreptiliano de los regímenes totalitarios, represión banal y dolor inútil.

Los avatares del caos actúan como espías, saboteadores, criminales del amor fou, ni desinteresados ni egoístas, accesibles como niños, con modales de bárbaros, irritados de obsesiones, desempleados, sensualmente trastornados, lobos-ángel, espejos para la contemplación, ojos como flores, piratas de todos los signos y significados.

Aquí estamos arrastrándonos entre las grietas en las paredes de iglesia estado escuela & fábrica, todos los monolitos paranoicos. Separados de la tribu por nostalgia feral nos adentramos en túneles buscando palabras perdidas, bombas imaginarias.

La última acción posible es aquella que define la percepción misma, un invisible hilo dorado que nos conecta: danza ilegal en los corredores del palacio de justicia. Si te besara aquí mismo lo llamarían un acto de terrorismo—entonces llevemos nuestras pistolas a la cama y despertamos a la ciudad a media noche, como bandidos borrachos celebrando con un tiroteo el mensaje del sabor del caos.