¿Qué mas puedo hacer? Cuando veo a mi casa en llamas, no pienso en otra cosa más que en mi amor a la lluvia. Al frío. Recuerdo a mis penas, ahora invisibles, causadas por el calor nauseabundo y pegajoso, grotesco cual herida purulenta. Inhalo profundamente, tirando mi desesperación a la basura, y el pérfido olor del humo negro que blasfema el cielo me recuerda al cautivante olor del mar en invierno.
Oh, poderoso mar, pérdoname.
Oh, poderoso mar, quiéreme.
No me importa cuánto me rasge la carne tu gélido abrazo, no me interesa cuántos tesoros me has quitado, ni cuánto tu sal ha embarrado mis ropas limpias, tampoco cómo ha oxidado mi voluntad de hierro.
El viento implacable, capaz de ralentizar mis travesías, se lamenta con mi voz. Las iracundas olas, rogando soledad sin palabras, muerde la arena con mi boca. Y el cielo gris, majestuoso, lejano, dracónico, me mira con tristeza, cual Apóstol decepcionado.
Oh, poderoso mar, pérdoname.
Oh, poderoso mar, quiéreme.
Me has quitado mi alma, has destrozado mi amor, has arrastrado por el barro mi orgullo. No me olvides, pues soy eternamente tuyo. No me entierres en el sarcófago de mármol en el que has condenado a los soberbios reyes que han osado desafiarte, pues tu olvido arde en mi carne y hace sollozar a mis ojos aún mas que el fuego que carcome mi casa.