En los seis últimos años, México se ha visto envuelto en una gran nube de violencia y terror. Diferentes argumentos sobre las posibles razones que han desencadenado tanto horror son puestos en debate a diario, convertido para muchos en un tema indeseable por su abundancia en opiniones y su carencia de resultados.

Al analizar un poco la situación es sorprendente ver la capacidad de adaptación que tenemos como seres humanos, porque la gran mayoría de los mexicanos se ha acostumbrado a tal situación que con frecuencia se escuchan comentarios como: “así son las cosas, nada podemos hacer”.

Aún cuando hay un gran número de activistas luchando por generar conciencia en la sociedad y exigir cambios al gobierno, no hemos encontrado soluciones o, tal vez, no se ha logrado llegar a un acuerdo bilateral entre sociedad y gobierno.

La política actual es sinónimo de hipocresía, falsedad, abuso y corrupción. La sociedad debería tener derecho no solamente de elegir a sus gobernantes, sino también debería poder elegir las leyes que le convengan y revocar las que le afectan. Por ser la mayoría, esto sería en teoría la democracia, una democracia legítima y justa.

Pero, la realidad es otra. El gobernante actual llega a imponer sus decisiones, a pesar del rechazo del pueblo mexicano acostumbrado a acatar órdenes. Somos testigos de generaciones de políticos más preocupados por crear una imagen de prensa rosa, que por gestiones públicas honestas y eficientes con su pueblo. Ya no esconden su interés de gobernar a la nación, con el objetivo de enriquecerse y enriquecer más al poderoso, y de oprimir más al pobre.

En tiempos de elecciones, sin embargo, las masas siguen buscando, con esperanza todavía, encontrar “el bueno”, “el del cambio” en cada sexenio. Y sabemos que el país debe ser puesto en manos de su gente de a pie, no de sus elites depredadoras. ¡Qué ingenuos somos todos! Si nos ponemos a pensar bien, sólo nos han llevado al caos y a la barbarie, sólo vemos crisis por todas partes.

En una democracia verdadera habría muchos problemas solucionados, desde la impunidad hasta el fraude electoral, pero la participación ciudadana sigue quedándose atrás como si fuera lo menos relevante.

Si en mi México utópico existiera la forma de elegir nuestras leyes, con la participación de todos los ciudadanos, no gastaríamos tanto en diputados y senadores para que decidan por nosotros. Seguramente, ya tendríamos condenas efectivas y verdaderas para tantos secuestradores y habría muchos criminales de cuello blanco en la cárcel.

En una democracia verdadera, no importaría el partido al que se perteneciera, ya que la prioridad serían los intereses de la sociedad, su rescate y su atención. Probablemente, no hemos querido comprender que el sistema de gobierno actual para México es el que ya no funciona, pero se nos hace imposible reformarlo. Está fincado de una manera en la que se permite al gobernante imponer su voluntad a discreción, en vez de servir. Y de los grandes agujeros negros de la corrupción no hay quien se salve.

El problema está arraigado, entre los políticos y la sociedad mexicana. Para los políticos se ha hecho costumbre llegar al poder y enriquecerse ilícitamente con el dinero público. Y para la sociedad se ha acostumbrado a mantener una actitud de subordinación, bajo la creencia de que, los gobernantes por el hecho de serlo, son intocables.

Ello no quiere decir que cada vez no halla más personas interesadas en buscar soluciones para no permitir los abusos hacia la ciudadanía y los robos del patrimonio nacional. Sin embargo, entristece ver cómo la inmensa mayoría pasa desapercibida e indiferente ante los abusos sistemáticos y desenfrenados del saqueo multimillonario de erario.

Gobernantes van y vienen y, desde que tengo memoria, mis mayores siempre se expresaron con miedo y conformismo al referirse a quienes estaban en el poder. El pueblo mexicano por más que exprese el tan frecuentado “¡Ya basta!” parecería estar ciegamente acostumbrado a que, venga quien venga, aproveche el poder de su mandato para el beneficio personal, llene sus cuentas bancarias y se retire sin ser castigado.

No hay que olvidar que muchos de ellos siguen ascendiendo políticamente y lo único que cambia es la cantidad de billetes acumulados ilícitamente. ¡Ya basta! Le gritamos al gobierno, y otro ¡ya basta! a nuestra indiferencia y a nuestra ignorancia.

Al llegar a la edad adulta, observé que muchos de ellos han logrado cambios positivos en el país, también hay que reconocer que en el transcurso de los años se realizaron ciertos actos de progreso. Sin embargo, es inevitable darse cuenta que el desastre causado por estos políticos es mayor que sus gestiones buenas, porque aunque hayan sido con la mejor de sus intenciones son manchados con la inmensidad del caos que han generado.

Hay libros enteros, cientos o miles de hojas escritas de la historia reciente de México sobre corrupción e impunidad. A pesar de ello, hoy, hay quien piensa votar por el candidato presidencial más “guapo”, sin detenerse a analizar sus antecedentes ni propuestas. Aunque actualmente ningún candidato propone algo fuera de lo ya conocido en otros sexenios.

El derecho de la gente a manifestarse no es suficiente, es necesario un sistema que brinde las herramientas mediante las cuales se tenga la seguridad de vivir en un país estructurado también por las ideas, información y reflexión de su gente. Si bien se podría alegar que ciertos temas deben ser tratados solamente por expertos, cabe mencionar que vivimos una era en la que la información está al alcance de casi todos, y se abre la posibilidad de informarse sobre los pros y contras antes de elegir un gobernante.

Aún cuando las críticas a este tipo de sistema no podrían dejarse escuchar sobre todo por quienes son favorecidos con el actual, sería una opción viable y posible si es reforzada con la tecnología actual. La idea seguramente estremecería a los corruptos, dichosos aquellos que vivan en un país en donde el gobierno acate lo que el pueblo dice y sus medios de dominio terminen pasando a una verdadera democracia y el respeto a una libertad verdadera. El fin es obtener un mejor nivel de vida y calidad para la mayoría. ¿Por qué no intentarlo?