La historia de nuestra vida es la historia de cómo, intencionalmente y de acuerdo a un diseño, cierta cantidad de instituciones tanto gubernamentales como corporativas se percataron de que era parte de su interés mutuo la consolidación de sus actividades de recolección de datos y el incremento de la profundidad y el alcance de sus redes de censura […] Construyeron un paradigma legal que asume que los registros recolectados acerca de nosotros no nos pertenecen. […] Si en tu teléfono hubiera un botón que dijera “haz lo que quiero pero no me espíes”, presionarías ese botón, ¿cierto? […] Ninguno de aquellas instituciones permitió que ese botón existiera. […] El problema central con los smartphones que se usan en la actualidad es que no tenemos ni la menor idea de qué demonios están haciendo… la mayor parte del tiempo. […] El problema es la inequidad de la información disponible: ellos pueden saber todo sobre ti, pueden ver todo lo que ocurre en tu teléfono y pueden hacer lo que quieran con tu teléfono… tú, por otro lado […] tú pagaste por el teléfono.  […] Tenemos que hacer que las actividades de nuestro dispositivo –sea un teléfono, una computadora, o lo que fuera– sean más transparentes y más comprensibles para la persona promedio, y darle control sobre ellas. Esto es algo que la gente no comprende; dicen: “bueno, es minería de datos, ¿no? Están explotando datos”. Pero son datos sobre vidas humanas, son datos sobre la gente… estos registros son registros sobre ti. No es información lo que están explotando; es gente lo que están explotando. No es información lo que están manipulando; eres tú quien está siendo manipulado. Las empresas y los gobiernos siguen fingiendo que no comprenden esto o negándolo. […] Como solía decirme un compañero de trabajo en la fundación Freedom of the Press: “no puedes despertar a quien simula que duerme”.