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Feb 17th, 2020
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  1. Pero fue algo terrorífico superar la última cuesta por la
  2. carretera de Orense y ver a lo lejos, tras la vía del tren y la
  3. pequeña estación, surgir las dos torres gemelas rodeadas de lo que
  4. parecía un carnaval de otras torres grises y doradas alzándose en
  5. el cielo gris como una serie de gigantes discutiendo. Según más se
  6. acercaban a la ciudad en lo alto de la colina más intimidado se
  7. sentía Santiago por lo que le parecía un improbable despilfarro,
  8. un gigantesco prodigio para gigantes que le repugnaba en parte
  9. precisamente por ser un prodigio. ¿Habían trabajado ahí sus
  10. abuelos y bisabuelos? Siempre había oído que la Catedral era la
  11. gran maravilla de Galicia, que el Maestro Mateo había dado vida a
  12. la piedra en los muchos santos y profetas de su Pórtico, que la
  13. tumba del Apóstol había, en su día atraido a peregrinos de los
  14. países más improbables de la cristiandad sólo para poder verla. No
  15. era hasta que llegó ahí que descubrió la repulsa que le causaba
  16. todo aquello.
  17. La única iglesia que había conocido Santiago era la de la aldea:
  18. apenas menos humilde que las casas, medio excavada en la ladera de
  19. granito, de un estilo tan funcional como indefinible. La única
  20. decoración eran sendas pilastras cilíndricas junto a la puerta y
  21. un arco de medio punto -en el vano del arco había habido muchos
  22. años una virgen tallada hasta un día que el vano amaneció vacío, y
  23. todo el mundo supo que la Virgen estaba ahora bien guardada en un
  24. museo de Boston, y el párroco Don Manuel se habría sacado un
  25. dinero necesario- y unos frescos tal vez medievales tal vez
  26. barrocos medio podridos por la humedad detrás del altar. En
  27. aquella iglesia cabía exactamente la aldea, tal vez con unos
  28. hombres en el atrio el día de la fiesta, y aquello bastaba. A un
  29. lado, en las tumbas excavadas en la colina, cabía también Mai.
  30. Pero a Santiago le mareó la inmensidad cavernosa de la catedral
  31. al entrar, el tufo a siglos de incienso supurando de la piedra, y
  32. por encima de todo la cancerosa tarta de bodas del altar mayor,
  33. una excrecencia de oro y diamantes que parecía pulsar bajo la luz
  34. de invierno en el centro de la iglesia y que amenazaba en
  35. cualquier momento en ponerse en marcha como dorado panzer, o como
  36. un calamar surgido de las simas que hubiese en el océano más allá
  37. de Finisterre, un tumor anterior a todo dios pagano comiendose
  38. vivo al Santo enterrado bajo él. Pai le explicó que las
  39. misteriosas marcas en cada piedra de cada columna las habían
  40. colocado los canteros que habían hecho la catedral hacía mil años
  41. para así poder cobrar el trabajo, y añadió sardónico que era una
  42. lástima no poder hacer lo mismo con vigas y barriles. A Santiago
  43. aquellos signos extraños como alfabetos de moros o rusos le
  44. parecían vagamente obscenos y como de asociación turbia y secreta
  45. -cosa que posiblemente fuesen.
  46. Ni siquiera pudieron visitar la tumba, cerrada como estaba por
  47. trabajos arqueológicos, para visitar lo que según pai era otra
  48. maravilla de los romanos. Fue con alivio de Santiago, pues habrían
  49. tenido que acercarse demasiado y dejarse ser tragados por aquella
  50. monstruosidad dorada.
  51. Después de la misa -que a Santiago no le pareció especialmente más
  52. interesante, elaborada o espectacular que la de la iglesia:
  53. siempre había supuesto que la magnificencia de la ceremonia
  54. tendría que ir acorde con la magnificencia del sitio- salieron
  55. hacia el Obradoiro para reunirse con un amigo de Pai. En aquella
  56. mañana de invierno luminosa, el Palacio de Raxoi al otro lado de
  57. la plaza le recordó a Santiago un portaaviones británico o japonés
  58. anclado en un puerto que no existía, esperando ser bombardeado por
  59. alguna fuerza aérea igualmente pétrea y barroca (pues parecía que
  60. la victoria del Japón en las Hawaii no había sido cosa de la
  61. sorpresa, y que los chinitos, como les llamaba Pai
  62. enigmáticamente, sabían tan bien como ingleses y americanos hacer
  63. barcos y aviones).
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