La vi marcharse por la puerta y dije "Bon voyage", ni ella podía pedir menos, ni yo darle más. Y fue el orgullo que me dijo "no vayas detrás", más el corazón gritaba "no me dejes sin mi droga"; y así se fue, cruzo esa reja blanca, y yo a solas con mi ego, sintiéndome de nuevo un desertor.

El amor es solo un juego, donde el árbitro está ciego, y siempre pierde el mejor. En lugar de jugar a perseguirla en las calles mojadas, o de engañar con sucedáneos al amor, volví al invierno, y al Vodka no le faltó el hielo; desde el infierno también se ve un trozo del cielo, ahora estoy devorando a mi vacío, pensando que te quito la ropa me muero de frío.

Volví a los callejones, regresé al laberinto, a los tercos corazones que sucumben al instinto, y fui como un fantoche, borracho y desnutrido, en medio de la noche, lanzándole reproches a Cupido. Y ahora que ya no estás aquí, no suena el timbre, la noche es una trampa sin fin; ahora los barrenderos se encuentran escobando las quimeras, sobre el cansancio gris de las aceras.

Tu grito me persigue, las horas se hacen largas, como la guerra o el invierno. A veces tengo la intuición y la certeza, de que la razón acaba donde el corazón empieza. Y no me fío, pues el campo de batalla nunca ha estado tan vacío, lo de la copa, del placer y del hastío, de buscar un corazón que me enseñara a traducir el mío.