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- SOMNÍFEROS
- El campo de los narcóticos sintéticos prosigue con muy diversos tipos de sustancias (llamadas tranquilosedantes e hipnótico-sedantes), y no entraré en ellas para evitar que el lector se vea abrumado por simples datos. Sin embargo, conviene mencionar una familia específica, que sigue siendo bastante vendida en los cinco continentes. Me refiero a los barbitúricos.
- Derivados de la urea (e incluidos junto con otros afines en el grupo de los ureidos), los barbitúricos fueron descubiertos a finales del siglo pasado. Mehring y Fischer, los primeros en constatar su psicoactividad, murieron de sobredosis cuando llevaban algún tiempo ya siendo adictos. En 1904, al año de comercializarse el primero de estos compuestos —el Veronal— se publica la primera comunicación científica sobre casos de adicción, si bien hasta 1971 no fueron sometidos a un moderado control internacional, y hasta hoy se venden con receta médica común.
- La razón histórica de su extraordinario éxito fue que se comercializaron cuando en Norteamérica comenzaban las tendencias prohibicionistas (antialcohólicas tanto como contrarias a opio y morfina), y precisamente a título de sedantes e hipnóticos “no opiados”. El hecho de preconizarse para el tratamiento de alcohólicos y opiómanos hizo que unos y otros se vincularan a ellos como mal menor, que evitaba la persecución legal, mientras bastantes más ciudadanos pasaron a emplearlos como tranquilizantes y somníferos. De ahí que durante los años cincuenta tres cuartas partes de los adictos en el mundo usaran estas drogas, y que cinco sextas partes de los suicidas (consumados o frustrados) se sirvieran igualmente de ellas.
- El caso es que hasta aparecer los llamados tranquilizantes menores no había otro recurso legal para hacer frente al cajón de sastre llamado “trastornos funcionales e insomnio”. Adaptados al principio de que faltando pan buenas son tortas, los médicos recetaron con enorme generosidad estas drogas (reconocibles generalmente por la terminación en al). Durante mi niñez y adolescencia las mesillas de noche y los botiquines caseros abundaban tanto en Seconal y Luminal como hoy en Valium o Tranxilium.
- Pero la venta libre les mantuvo al abrigo de la pasión por lo prohibido y otras consecuencias del mercado negro. Su imperio durante medio siglo se vio acompañado por una moderación espontánea de los usuarios; sólo una pequeña parte (el 0,3 de la población aproximadamente) usó sin mesura los económicos botes de píldoras puestos a su alcance. Esto resulta llamativo, considerando que son drogas con un potencial de abuso muy alto, por no decir que casi incomparable, debido a sus características farmacológicas.
- I.
- Hay barbitúricos de acción ultracorta (como el pentotal o el tiamital, que se utilizan en anestesia), corta (pentobarbital, secobarbital), media (amobarbital, butabarbital) y larga (barbital, fenobarbital). Sin entrar en los detalles de cada grupo de poco sirven indicaciones sobre dosis activas mínimas y dosis letales. Baste decir que la intoxicación aguda mata casi infaliblemente —si no se produce una intervención inmediata—, en cualquiera de los tipos. La muerte sobreviene por lesión del cerebro debida a falta de oxígeno, y otras complicaciones (como pulmonía) derivadas de la depresión respiratoria. En ocasiones el sujeto se ahoga intentando lavarse el estómago, al ser incapaz de expulsar su propio vómito.
- Son también fármacos muy duros para el hígado y el riñón, que lesionan el cerebelo, producen erupciones cutáneas, dolores articulares (“el pseudorreumatismo barbitúrico”), neuralgias, caídas de tensión, estreñimiento y tendencia al colapso cardíaco. Dosis medias y altas producen torpeza, marcada confusión mental, falta de coordinación motriz, disminución de los reflejos e irritabilidad.
- Por supuesto, los barbitúricos crean tolerancia, aunque —y en esto se distinguen de muchas otras drogas psicoactivas— su aparición no hace retroceder el umbral de la dosis mortífera. Al ir en aumento las tomas va reduciéndose el margen de seguridad para el usuario, que por eso mismo tiene una fuerte propensión a la sobredosis accidental.
- Para completar el cuadro, son drogas prácticamente tan adictivas como la heroína, que crean dependencia física con cuatro semanas de dosis altas o seis semanas de dosis medias. Como en el caso del alcohólico, el síndrome abstinencial posee tal dureza que exige siempre internamiento en una unidad de cuidados intensivos. Se suscita un cuadro de delirium tremens con crisis epileptoides cuyo desenlace es un “estado epiléptico” bastantes veces mortal, seguido por semanas de caos psíquico.
- II.
- Al igual que el alcohol, los barbitúricos desinhiben. Eso los hace atrayentes para introvertidos y otros acosados por su conciencia moral. El embotamiento de la autocrítica tiene para estos segundos tanto valor como para los primeros acceder a un incondicional desparpajo. Experimentos hechos ya en 1948 con reclusos norteamericanos, utilizando durante cierto tiempo amital y durante cierto tiempo heroína, probaron que la desintegración ética resultaba incomparablemente mayor empleando barbitúricos; los mismos sujetos eran prudentes, hábiles en sus trabajos y escasamente sexuados cuando se hallaban bajo el efecto de heroína, mientras el amital les convertía en individuos obstinados y agresivos, capaces de masturbarse en público, que pretendían explicar con hipócritas disculpas sus andares tambaleantes y sus farfulleos al hablar.
- Efectivamente, una amplia literatura científica —y mi experiencia con un ser muy querido— muestran que el uso crónico induce reducción de la memoria y la capacidad de comprensión, debilidad intelectual, apatía laboral y social, descontrol de las emociones, chantajes de suicidio, malignidad familiar y episodios delirantes.
- III.
- Aparte de funciones muy determinadas —anestesia general con barbitúricos de acción ultra rápida, tratamiento de la epilepsia con los de acción prolongada, etc.—, me siento inclinado a creer que la principal utilidad de estas drogas es la eutanasia.
- Por otra parte, mi familiaridad con ellas es insuficiente para emitir un juicio matizado. Me parecen una especie de alcohol en píldora, aunque con efectos de alguna manera invertidos; dosis altas de los barbitúricos vendidos como somníferos inducen una embriaguez parecida a la producida por cantidades medias de alcohol, y dosis leves de esos mismos barbitúricos producen un sopor semejante al inducido por altas cantidades de alcohol. Sin embargo, dosis moderadas de barbitúricos producen simplemente una sedación análoga a la que inducen las benzodiacepinas.
- Una administración intravenosa de pentotal sódico —no empleado como anestésico sino en dosis mínimas, como “droga de la verdad”— produjo una experiencia difícil de describir. Tras un período de maravillosa serenidad (que pareció eterno), la entrada de una enfermera en el cuarto me sugirió un comentario trivial. Al cabo de otro período, aparentemente casi tan eterno, escuché unos ruidos muy guturales que resultaron ser los de mi propia garganta, intentando articular las palabras dirigidas a esa enfermera. La inmersión en el abrumador estado de conciencia desapareció —a mi juicio— tan pronto como fue retirada la aguja del brazo, sin que recuerde secuelas. Minutos después estaba preguntando si me habían entendido los presentes, pero no obtuve una respuesta satisfactoria; el médico decía que sí, los otros que no. Ninguno sugirió una explicación para el descomunal aletargamiento del tiempo.
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