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- CRACK
- En laboratorios clandestinos la elaboración de cocaína pasa por obtener primero pasta base de coca (PBC) o “base”, pisando las hojas con keroseno y macerando luego la mezcla seca en ácido sulfúrico diluido. Convertir esta base en cocaína requiere purificarla mediante lavados con éter, ácido clorhídrico y acetona fundamentalmente. El crack es una amalgama de pasta base con bicarbonato sódico, y resulta unas quince veces más barato que el clorhidrato de cocaína. En 1989 un vial con piedras de crack valía en las calles norteamericanas de tres a cinco dólares.
- Las impurezas de la pasta —“lavada” o no— hacen que no sea administrable por vía de inyección, y que abrase el conducto nasal, limitando su uso a pipas especiales de vidrio, o a aspirarla calentándola sobre papel de plata. El nombre crack proviene del ruido peculiar que emiten las piedras al ser calentadas por una llama. Los efectos —que sólo he podido verificar en pocas ocasiones— son anestesia del paladar y la garganta, seguida por una estimulación parecida a dosis altas de cocaína, aunque más breve (diez o quince minutos). Naturalmente, esa brevedad sugiere al usuario nuevas pipas o chinos. Su valor eufórico es, a mi juicio, superior al de la cocaína.
- Faltan todavía estudios clínicos y farmacológicos fiables sobre esta sustancia, que pertenece sin duda al grupo de las drogas llamadas “de diseño” (designer drugs), y sólo se explica que hoy provoca obtener un original prohibido (en este caso la cocaína). Al igual que los analgésicos sintéticos llamados genéricamente china white, el crack es poco vendible sin considerar que faltan o son muy caras otras drogas, trátese de cocaína, opio o heroína.
- A esta circunstancia añade el crack dos más, cuyo peso parece difícil de exagerar. La primera es que representa una mística de la miseria; si la cocaína simboliza el lujo de los ricos y los triunfadores, la base bicarbonatada de coca simboliza el lujo de los miserables. La segunda es que los ambientes ligados a esta droga han hecho suyo el universo psicológico del adicto, dramatizando una dependencia tan irresistible como la del yonki y el alcohólico. No está probado —y parece en extremo improbable— que el crack sea adictivo, pero síes manifiesto que se ofrece muy barato como bálsamo para el negro y el chicano infeliz. Si se comparan con los ambientes ligados a la cocaína, donde desahogo económico y metas lúdicas contribuyen a moderar empleos abusivos, los del crack coinciden con el de los heroinómanos-tipo en un marcado elemento de autodestructividad; por eso mismo, algunos individuos ajenos en principio a tales ambientes —por raza o condición social— encuentran allí al aliciente genérico de la heroína, que es sencillamente irresponsabilidad a todos los niveles, con el estatuto de la víctima involuntaria.
- Pero en el caso del crack no sólo hay una mística de la miseria en el interior de las sociedades opulentas, sino un apoyo indirecto del gobierno norteamericano. En efecto, el control sobre precursores de la cocaína (éter y acetona sobre todo) ha sido el factor determinante de que los productores peruanos, bolivianos y colombianos comenzaran a exportar pasta base en vez de clorhidrato. La malicia del mercado negro hizo lo demás. Como bebedores de vino impulsados a consumir aguardiente, y presentados luego como imprevisible calamidad alcohólica, negros y otros desheredados de Estados Unidos hacen bueno el pronóstico oficial de males de la cocaína; en 1976 no se produjo un solo caso de intoxicación fatal debida a esa droga, y en 1989 los fallecidos por sobredosis de crack se elevaron a varios miles.
- Por lo demás, no es un hecho incontrovertible que le crack sea inútil terapéuticamente, y dista también de la veracidad científica que las muertes atribuidas a ese compuesto deriven tan sólo de él, y no de causas colaterales como desnutrición, agresiones o tendencias suicidas. Un caso concreto ilustra la complejidad de factores que intervienen en este campo.
- Desde 1982, cuando comenzó la “epidemia” de crack en Estado Unidos, clínicas de Arizona y California ofrecían tratamientos al parecer eficaces para la artritis reumática, una enfermedad considerada irreversible. El fármaco en cuestión —conocido con el nombre de Esterene— presentaba la extraña particularidad de requerir absorción nasal, pues eran polvos que el paciente debía aspirar por una y otra aleta mediante pequeños tubos de plástico desechables. La dosis prescritas rondaban el gramo diario, y las sorprendentes curas coparon titulares de prensa cuando una antigua campeona de danzas folklóricas (square dance) pudo abandonar su silla de ruedas y bailar nuevamente. Al mismo tiempo, se supo que el Esterene era ante todo pasta base de cocaína. Cuando Arizona y California prohibieron una práctica tan indigna de la medicina, miles de artríticos solicitaron someterse a esos tratamientos y —viéndose frustradosempezaron a comprar pasta base de los vendedores callejeros.
- Sin embargo, tras entrevistar a antiguos pacientes y a unas doscientas personas más, entre las que decidieron buscar el producto en el mercado negro, un investigador muy cualificado —profesor de psicofarmacología en la Universidad de Berkeley— descubrió que ni una sola había usado el fármaco de modo abusivo. Aparte de rinitis, inapetencia y dificultades para conciliar el sueño, efectos secundarios muy previsibles, los problemas encontrados por quienes no pudieron recibirlo del médico oficial fueron “financieros o legales”.
- Fumar pasta base se aclimató en Europa a finales de los ochenta. Antes había sido habitual que el usuario —pobre o rico— espolvorease a veces tabaco con cocaína y fumara la mezcla, casi siempre por el aroma tan sólo, pues su actividad es tres o cuatro veces inferior a la de cocaína inspirada nasalmente. Pero el yonki posterior a la alarma del sida —adaptado a fumar chinos de heroína (calentando el producto sobre el papel de plata y aspirándolo por la boca)— desarrolló una variante que combina el opiáceo con pasta base. Aunque resulta más caro en todos los sentidos —para empezar, la retransformación de cocaína en pasta (con ayuda de amoníaco) supone una pérdida de peso, y el hábito tiene los mismos inconvenientes orgánicos del speed-ball—, el ahorro de dinero o salud rara vez es tomado en cuenta por quienes buscan irresponsabilidad a toda costa.
- El arraigo de esta costumbre en España lo indica que haya ya un nombre común para el combinado (“revuelto”), y hasta un curioso verbo (“patrasear”) para el acto de devolver el clorhidrato de cocaína a su estado previo. Que yo sepa, no es costumbre aquí ni en el resto de Europa añadir bicarbonato sódico al amoníaco, obteniendo crack en sentido estricto. El hecho es curioso, pues si bien en Perú o Bolivia abunda el fumador de “basucos” o cigarrillos de tabaco con pasta, allí la pasta es mucho más económica que la cocaína, mientras en estas latitudes sucede al revés. Para contribuir a la confusión, y a la paradoja, buena parte de lo vendido aquí como cocaína es pasta, apenas lavada con éter o acetona, pero incluso entonces resulta “patraseada”.
- Junto a la variable oferta del mercado negro, el motivo de que crezca tanto la absorción pulmonar —y se reduzca concomitantemente la nasal— parece doble. Por una parte, cunde la moda del papel de plata entre quienes antes usaban cocaína y heroína por vía intravenosa, y el yonki es muy ritualista. Por otra parte, fumar chinos de “revuelto” dista mucho de ser inocuo para los pulmones y otras vísceras, pero es sin duda menos peligroso que inyectarse cocaína y heroína. El límite de asimilación se eleva al cuadrado o al cubo, y aunque el usuario compulsivo acabe usando cantidades formidables de ambas drogas, rara vez se expondrá a una sobredosis mortal.
- Los efectos subjetivos de fumar pasta se asemejan mucho a los del crack. La euforia es más intensa que tratándose de cocaína esnifada, y también más breve. Es frecuente oír decir que la pasta resulta más “viciosa” —en el sentido de sugerir administraciones cada diez o quince minutos, durante horas y hasta días enteros—, pero las modalidades de empleo dependen en realidad de cada temperamento. El yonki se esforzará por terminar cuanto antes lo que tenga (sea mucho o poco), mientras el consumidor no compulsivo fumará de modo acorde con cada situación, siguiendo pautas parecidas a las del usuario ocasional de cocaína.
- Mi experiencia con pasta fumada se reduce a algunas docenas de chinos, espaciados a lo largo de un año o dos, y siempre me ha resultado más satisfactoria que la de cocaína. Con todo, tengo la propensión a la sinusitis —algo que le uso nasal del clorhidrato agrava— y mi testimonio es algo sesgado por eso mismo. La anestesia que fumar pasta produce en labios y lengua no me parece agradable, como tampoco me lo parece una leve sensación opresiva en los pulmones; pero estos efectos secundarios me resultan menos molestos que la sequedad interna de la nariz, seguida al poco por oclusión.
- Es muy penoso esnifar pasta no lavada, aunque sea cosa cada vez más habitual en estos últimos tiempos, cuando buena parte de la cocaína circulante no merece su nombre. Será inevitable entonces que la nariz sangre, que sus conductos se atasquen dolorosamente, e incluso que aparezcan llagas internas. Si alguien insiste en emplear estos fármacos, a pesar de su variable composición en el mercado, sensato será que purifique la base (pasándola por éter) antes de esnifarla o que retransforme la cocaína en pasta para fumarla. Otra cosa le expondrá a absorber uno u otro producto por la vía equivocada.
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