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Jul 2nd, 2015
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  1.  
  2. Las tropas se encontraban acampadas cerca de las ruinas del desierto, ruinas de lo que antiguamente fue un reino más antiguo y poderoso de lo que actualmente era éste. Las tiendas de los soldados estaban llenas de polvo y si bien era un pequeño grupo de no más de 60 personas, la comida escaseaba y el calor era demasiado fuerte para las tropas, compuestas en su mayoría por soldados rasos, unos cuantos soldados de confianza y tres magos guerreros elegidos especialmente para la misión. En la tienda más grande, el líder de toda esta tropa descansaba después de horas sin parar, estaban cerca de su objetivo y confiaba en sus tropas tanto como en él, sabía que no le decepcionarían, así que podía permitir un ligero sueño. Por desgracia, la misma pesadilla recurrente decidió que ese ligero sueño fuera más agotador si cabe que no haber dormido nada en absoluto. Las sombras de la que fue su mujer cayendo una y otra vez en el vacío que simbolizaba su muerte, la rotura de las imágenes de su cabeza del tiempo que pasaron juntos y el grito de un bebé que representaba a su propio hijo lo despertaron súbitamente, justo a tiempo por otro lado, ya que una soldado entraba a la tienda, lista para informar al capitán.
  3.  
  4. - Señor, lo hemos encontrado al fin.
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  6. - ¿La joya?- Respondió, todavía algo aturdido por la pesadilla que había tenido instantes antes.- ¿No la habrán tocado? ¿Han tenido cuidado? El mínimo movimiento podría activarla y entonces...
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  8. - No se preocupe capitán, los magos han aislado la piedra y retirado la arena dejandola flotando por si misma.
  9.  
  10. -¿Piedra? - Dijo extrañado.
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  12. - Llamarlo joya sería incorrecto, es más como una piedra roja que una joya en sí.
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  14. - Vamos, no perdamos más el tiempo. Y Rina, ahora soy el guardián de la corona, deja de llamarme capitán.
  15.  
  16. - Siempre serás mi capitán, capitán.
  17.  
  18. No pudo evitar sonreír. Rina nunca cambiaría, y no esperaba que lo hiciera. Y aún así, se lo repetía una y otra vez esperando que cambiara. Rina era una chica delgada de pelo rubio y ojos verdes, rara combinación en ese reino, igual de rara que la sonrisa que siempre la acompañaba adonde fuera en su rostro, tan blanco que en comparación con el moreno típico de la capital del reino hacía pensar que era extrangera, sino fuera porque su personalidad extrovertida hacía que hasta el último hombre de la capital la conociera. Vestida con ropas de cuero ligeras, marrones y amarillas y botas del mismo estilo y color, y su fiel estoque, el cual él mismo le regaló cuando entró en el ejército.
  19.  
  20. Suspiró y se levantó de la cama en la cual se encontraba sentado, y se dispuso a ponerse la armadura, pero se lo pensó dos veces, con el calor que hacía llevar esa pesada armatoste solo conseguiría que se hirviera en su propio sudor, así que cogió su fiel mandoble y salió de la tienda.
  21.  
  22. Enseguida supo que había hecho bien, el calor abrasador del desierto blanco no era conocido por dar un solo respiro, y no lo iba a hacer ni ahora que al fin habían encontrado lo que llevaban buscando durante tres semanas, y al fin podrían volver a casa. Siguió caminando a paso tranquilo guiado por Rina, la cual tenía los andares más extraños que había visto nunca, zancadas enormes y tambaleantes, sin seguir un ritmo fijo, como si de una cría se tratara; y sin embargo sabía que si en alguien podía confiar su vida era en ella. Su paso en cambio era lento y tranquilo, lo que hacia que Rina se parara y suspirara por su lentitud, pero no le dijo nada, no era idiota, no podía gritarle al guardián de la corona delante de sus soldados, solo podía esperar. Y así, en media hora de camino llegaron a lo poco que quedaban de las ruinas de lo que antes fue la capital del reino más grande que jamás haya habido. Y ahora, solo quedaban lo que en otros tiempos fueron los tejados, las partes altas de las estructuras que podían verse de lado a lado de la gran ciudad, ahora enterradas o simplemente reducidas a escombros; y entre toda esa arena blanca que les rodeaba un camino de piedra que llevaba al fondo de una sala, donde esperaban sus tropas, listas para activar la joya carmesí que flotaba en el centro de ésta.
  23.  
  24. Entraron a la sala que se encontraba enterrada desde hacía eones; era enorme, con pilares enormes que aún hoy en día aguantaban el peso de la estructura, con paredes decoradas con lo que en otros tiempos debió ser el dialecto de aquellos grandes hombres que un día poblaron su reino, si bien ahora la arena, amarilla como el Sol, había llenado la sala y la única luz que había se encontraba en manos de un par de soldados que con sus antorchas encendidas iluminaban la sala. Y en el centro de esta sala, en un pequeño altar se encontraba una pequeña piedra rojiza. Rina tenía razón, si alguna vez había sido una joya fue tiempo atrás, ahora no era diferente de un trozo de mármol sin pulir, rojizo, color carmesí, sí, pero no una joya. Y sin embargo, sabía que el mínimo roce, la mínima fuerza que moviera la roca haría que algo increíble ocurriera. Y así lo ordenó.
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  26. - Soldados, salid. Magos, a mi señal. -Uno de los soldados le entregó una antorcha y salió con el resto. Rina se colocó al lado de la salida y los magos santos se colocaron delante suya, preparados para que la orden saliera de los labios del guardián de la corona. - Adelante.
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  28. - ¡Vibratto! -Gritaron los tres magos a la vez, haciendo que un ligero seísmo moviera la sala y la roca empezara a tambalearse, empezando a brillar más y más hasta llegar a un rojo brillante que iluminó toda la sala hasta el punto que la antorcha apenas si servía para algo y entonces, la roca cayó al altar, comenzando a hacer un sonido que desde hacía eones no se oía en ninguna parte del reino, como el palpitar de un corazón regido por las leyes de una magia antigua que en otro momento causó admiración y terror a todo hombre, mujer y niño que alguna vez vivió en esas tierras. Entonces, la arena amarilla que rodeaba la sala empezó a moverse, como si vida propia tuviera y a girar alrededor del altar el cual cayó al suelo. Era la roca la que atraía la arena, la cual empezó a formar la criatura más enorme que jamás habían visto las personas de aquella sala, un golem dorado hecho de la arena que allí descansaba, de grandes brazos y piernas del tamaño de los pilares de piedra de la sala y de una forma parecida, cuerpo redondeado dividido en dos, la unión de las piernas y el torso y en éste torso dorado, otra forma ovalada a modo de cabeza con la piedra incrustada en ella, roja carmesí, como si del ojo del golem se tratase, mirándoles fijamente.
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  30. Los siguientes segundos fueron tan frenéticos que si no fuera por todos los años de experiencia a sus espaldas no habrían podido sobrevivir a ellos. El golem de arena se lanzó hacia ellos a una velocidad inesperada para un ser tan grande, y lanzó el puño hacia el lugar donde se encontraban los tres magos santos y el guardián de la corona, los cuales a duras penas lo esquivaron, destruyendo el suelo y llenando el sitio de polvo, el cual se adhirió a su puño haciéndolo aún más grueso. Rápidamente pidió a los magos santos que iluminaran la sala y se quedaran a la retaguardia con Rina, y sacó su espada dispuesto a enfrentarse al golem a solas.
  31.  
  32. - Intentad protegerme con hechizos de escudo pero por nada ataquéis, y no dejéis que escape, si absorbe toda la arena igual que el polvo del suelo que acaba de destruir no podremos vencerlo nunca. - Dijo mientras corría para intentar ponerse en su espalda, tal vez encontraría algún punto ciego.
  33.  
  34. Pero el golem rotó la mitad superior del cuerpo hasta que el cristal de su cara miraba fíjamente el rostro de el único hombre que se había atrevido a plantarle cara, y le soltó otro puñetazo que consiguió esquivar tan solo por la diferencia de tamaños y la agilidad que le daba el hecho de no tener la armadura que solía llevar. Si la hubiera llevado y ese golpe le hubiera dado, estaría muerto.
  35. No podía retroceder, así que hizo lo único que pudo, correr de cara al golem, arrastrando por el suelo el mandoble que le seguía haciendo un sonido agudo hecho por el roce del suelo contra ésta, parecido al de una víbora. Esquivó otro golpe del gran golem y aprovechó para coger el mandoble y cortarle el brazo, el cual cayó y se convirtió en arena de nuevo. Aprovechó en ese momento para intentar asestarle otro golpe en el pecho pero oyó como uno de los magos santos gritaba un hechizo.
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  37. - ¡Parette di Vettro!- Un muro de cristal salió justo a tiempo para parar la arena del suelo, la cual había vuelto a unirse, pero esta vez no era un simple puño, sino que era un puñal de arena que había quedado atravesado en el muro de cristal, el cual había podido pararlo justo a tiempo, ya que la punta de éste estaba a duras penas rozando la espada del guardián de la corona. Apenas pudo girarse para ver como el muro le había salvado cuando un pisotón del gigante que casi lo aplasta le recordó que estaba en un combate y que no tenía tiempo de observar la escena, y sin embargo debía hacerlo. El golem recuperó su brazo, lo cual le dió algo de tiempo, unos segundos, pero suficientes. Miró el lugar donde el primer puñetazo había destrozado el suelo, que ahora era un agujero rodeado de grandes rocas y fragmentado, sino tenían cuidado se rompería en cientos de trozos y caerían hacia el vacío. -Otro problema más a tener en cuenta- Pensó. También observó la pared de cristal, la cual, rota, se encontraba todavía por el suelo. Sin duda un gran hechizo. Lo que no entendía era por qué no había absorbido las grandes rocas del suelo, o la pared de cristal, o toda la sala, y por qué solo polvo y arena. Tenía una idea, tal vez, solo tal vez, funcionaría.
  38.  
  39. Rina miraba tranquilamente apoyada en la pared, confiaba plenamente en su capitán y por desgracia si fuera a la pelea solo le entorpecería, era diestra con la espada, era rápida, podría matar a cualquier hombre antes de que se diera cuenta de qué o quién lo había hecho, pero éste no era un hombre, era un golem, no tenía puntos vitales, solo era un montón de arena controlada por una piedra del tamaño de un puño.
  40.  
  41. Entonces su capitán volvió a la carga, interrumpiendo sus pensamientos, y esta vez tenía un plan.
  42.  
  43. -¡Flame spada!- Gritó mientras cargaba hacia el golem. Entonces, su espada comenzó a brillar hasta que comenzó a arder, siendo una cuarta luz centelleante en esa habitación y la más peligrosa de todas, y esquivando otro puñetazo del golem le consiguió asestar un golpe en el cuerpo de éste, el cual rápidamente se convirtió en cristal por el calor de la hoja de la espada; el golem intentó girar de nuevo la parte superior del cuerpo pero ésta vez le costó mas. Tuvo que hacer fuerza para romper la parte cristalizada. El capitán sonrió. Lo tenía.
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