A mí me gusta mucho reflexionar sobre el tiempo. Pero hoy quiero pensar sobre algo vinculado al tiempo: la coincidencia. Nuestra vida cotidiana es bombardeada por casualidades que nos hacen pensar “las cosas se podrían haber dado de otra forma”, pero no fue así. El hecho de que se dieran nos hace pensar que así es como debe ser, que no sé, hay algún tipo de ente celestial poderoso que orquestra nuestros dichos y hechos. Puedo mencionar algunos de los hechos que me llevan a la casualidad que quiero enunciar. Mis papás, en la década de los ochenta, cuando compraron su nueva casa, decidieron que estuviera en el barrio de Caballito. Casi veinte años después, cuando nací yo, volvieron a preferir este pequeño barrio al comprar una casa más grande. Tu familia se mantuvo alejada de Caballito (¡incluso de la Capital!) hasta que por diferentes razones te mudaste. Y te mudaste a trece cuadras de mi casa. Una serie grande de hechos, de cosas de familia, de preferencias, y de váyase a saber cuántas cosas más, hicieron que el 28 de febrero de 2015 te mudaras donde vivís hoy. Me acuerdo que hablábamos y decíamos “sí, ¡nos vamos a volver juntos en subte!” o sino “cuando te mudes nos vamos a ver más” —cabe aclarar que nunca visité tu casa en Vicente López o como solemos decir “Maipú entre el campo y la purga”—. Lo que no decíamos —principalmente porque yo no sabía— era que de ese día en adelante me ibas a cambiar la vida.
Y “cambiar la vida” es un término fuerte, con un concepto fuerte, pero que en mi caso no se puede adecuar más a lo que sucedió. No gané solo un compañero de viajes, alguien que está junto a mi e incluso un mejor amigo, sino que gané un hermano —hermano10t—. Alguien que se preocupa por mí como pocos. Alguien que me soporta, me apoya y me aconseja, siempre conociéndome como pocos. Alguien a quien, claro está, quiero como a pocos.
Alguien con quien descubrí comparto mis gustos y puedo compartir horas y horas de llamadas de Skype. O pasar sino, horas y horas despiertos hablando en mi casa o en tu casa sin que siquiera me dé cuenta que hace mucho tiempo estamos viendo Barbie en Netflix o viendo videos de YouTube. Pero sobre todo, alguien tan pero tan bueno y honesto, y con quien me siento orgulloso de poder haber establecido la relación que establecí. Y quiero hacer énfasis en esto: soy capaz de velar hasta el fin de mis días porque la luz de bondad que te caracteriza no se apague. No dejes que lo haga jamás, Chipi, nunca.
“Queda tanto por vivir que ya no tengo idea que decir”, me dijiste vos el pasado 22 de julio, y no puedo estar más de acuerdo. Feliz cumpleaños, Chipi (Chipa, Chipo, Chipu, hermano10t, semeacabanlosapodos). Te merecés pasarla mejor que nadie y aún más.


"Una serie grande de hechos, de cosas de familia, de preferencias, y de váyase a saber cuántas cosas más, hicieron que el 28 de febrero de 2015 te mudaras donde vivís hoy. Me acuerdo que hablábamos y decíamos “sí, ¡nos vamos a volver juntos en subte!” o sino “cuando te mudes nos vamos a ver más” . Lo que no decíamos —principalmente porque yo no sabía— era que de ese día en adelante me ibas a cambiar la vida. Y “cambiar la vida” es un término fuerte, con un concepto fuerte, pero que en mi caso no se puede adecuar más a lo que sucedió. No gané solo un compañero de viajes, alguien que está junto a mi e incluso un mejor amigo, sino que gané un hermano."