Komaru con cuidado tomó la canica del suelo, al parecer nadie más la quería, así que la tomará para que quede junto a las otras, que... ahora que recuerda, son distintas todas entre sí, verdad? Aquellas piedras. Lo más seguro es que el Profesor Pokemon sea el que debe saber de aquel dato, por lo que aprovecharía su visita al laboratorio del Profesor para hacerle esas preguntas, ¡además de su pokedex! Pero aún no era momento, no con el Herdier sin evolucionar todavía. Podría probar peleando entre compañeros, pero así no era tan entrenamiento para aprender algo nuevo ni para crecer. Pero no había mucho de qué preocuparse, porque pokemon salvajes llegan en cualquier momento.

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Primero, llegaron bichos a sus pies, de esos gusanitos verdes. Y empezó a tener algo de sentido la presencia de aquel niño cazabichos que no hizo más que incordiarle y darle dinero que servía para poco. ¿... Habrá sido verdad que tenía un bicho en la cabeza? ¿¿Habrá sido uno de estos?? Komaru no pudo evitar estremecerse ante el recuerdo y la incomodidad, llamando con voz algo asqueada a su Herdier para que se encargue. El perro primero trató de amedrentar a su contrario usando sus ladridos, pero el pequeño Caterpie no se inmutó, liberando una secreción blanca de su boca, que luego vio que era una especie de seda. Quitando la mirada de encima, la entrenadora comandó que termine con esto.
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Al menos eso fue bien y no hubo cosas asquerositas. El siguiente fue ¡una polilla gigante! ... que, realmente, no está segura de si es una polilla o qué mismo. ¡Pero nada le quitaba que sea casi de la altura de la joven entrenadora! -aaaagghhh- gritó como protesta al cielo la castaña