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HK VIII Preview

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Oct 4th, 2013
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  1. La tarascada de la bestia se encontró con mi torso y sus enormes garras con mi frágil piel. La zarpa del demonio abrió sin esfuerzo tres heridas en mi pecho, las cuales me quemaron en toda su extensión como un hierro al rojo vivo. El impacto fue directo, de lleno en la caja costal y me arrebató el aliento en un instante, además de mandarme despedido con una fuerza tremenda. El empujón me arrancó el suelo de las plantas y me lanzó a través del pasillo como una bala; con tal intensidad, de hecho, que el cristal de la ventana a mis espaldas demostró no ser resistente: éste se resquebrajó en cuanto me estrellé en él y cedió en una lluvia de afilados diamantes, permitiendo que mi cuerpo atravesara el marco y se precipitara al vacío irremediablemente.
  2.  
  3. Caí con pesadez en el suelo frío de la habitación contigua y me deslicé varios metros sobre los mosaicos encerados hasta que la propia distancia recorrida detuvo mi inercia. La cabeza me terminó dando vueltas y mi vista se volvió desenfocada; me costó recobrar el aire (cosa que no era sencilla con aquellas tres ardientes heridas en mi pecho), instantes en los cuales no pude advertir qué ocurría a mi alrededor. El reflejo de la luz sobre los pequeños fragmentos de cristal formaba un ambiente caleidoscópico que me mareaba todavía más, y los rugidos del demonio, lejanos y distorsionados, retumbaban en mis oídos acompañados por un molesto pitido.
  4.  
  5. Llevé una mano a mi frente para intentar amainar el dolor, a la par que intentaba ponerme de pie con un gruñido. Sorprendentemente, todas mis extremidades respondieron como era debido. Sin un solo hueso roto, parecía. Y aunque la piel del torso me escocía horrores, no fue más que un obstáculo insignificante.
  6.  
  7. —Piernas… sí, piernas —murmuré, confirmando que podía normalmente, aunque con torpeza. Y sentirlas también, desgraciadamente; el cansancio y los golpes comenzaban a hacer mella en mis músculos, que se quejaban al enviar sensaciones de ardor y pesadez a mi cerebro—. Brazos, dedos… torso,cuello…
  8.  
  9. —¡¡Humano!!
  10.  
  11. Los muros parecieron estremecerse con el alarido del iracundo Ithaqua. Parecía que finalmente se había convencido de mi verdadera naturaleza; bastante tarde, desafortunadamente, pese a mis desesperadas explicaciones. El mundo a mi alrededor pareció temblar conforme la gigantesca bestia se acercaba por el improvisado pasillo que ella misma había abierto al lanzarme por la ventana. Mientras contemplaba su figura cruzar el marco, destrozando la pared con sus garras mientras se asía de ella y relamiéndose con su larga y oscura lengua llena de sangre, por primera vez tuve miedo a morir.
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