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- Las aventuras de Alicia en el País de las Maravillas
- de Lewis Carroll
- A través de la tarde color de oro
- el agua nos lleva sin esfuerzo por nuestra parte,
- pues los que empujan los remos
- son unos brazos infantiles
- que intentan, con sus manitas
- guiar el curso de nuestra barca.
- Pero, ¡las tres son muy crueles!
- ya que sin fijarse en el apacible tiempo
- ni en el ensueño de la hora presente,
- ¡exigen una historia de una voz que apenas tiene aliento,
- tanto que ni a una pluma podría soplar!
- Mas, ¿qué podría una voz tan débil
- contra la voluntad de las tres?
- La primera, imperiosamente, dicta su decreto:
- "¡Comience el cuento!"
- La segunda, un poco más amable, pide
- que el cuento no sea tonto,
- mientras que la tercera interrumpe la historia
- nada más que una vez por minuto.
- Conseguido al fín el silencio,
- con la imaginación las lleva,
- siguiendo a esa niña soñada,
- por un mundo nuevo, de hermosas maravillas
- en el que hasta los pájaros y las bestias hablan
- con voz humana, y ellas casi se creen estar allí.
- Y cada vez que el narrador intentaba,
- seca ya la fuente de su inspiración
- dejar la narración para el día siguiente,
- y decía: "El resto para la próxima vez",
- las tres, al tiempo, decían: "¡Ya es la próxima vez!"
- Y así fue surgiendo el "País de las Maravillas",
- poquito a poco, y una a una,
- el mosaico de sus extrañas aventuras.
- Y ahora, que el relato toca a su fín,
- También el timón de la barca nos vuelve al hogar,
- ¡una alegre tripulación, bajo el sol que ya se oculta!
- Alicia, para tí este cuento infantil.
- Ponlo con tu mano pequeña y amable
- donde descansan los cuentos infantiles,
- entrelazados, como las flores ya marchitas
- en la guirnalda de la Memoria.
- Es la ofrenda de un peregrino
- que las recogió en países lejanos.
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