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- 8 de diciembre del 2005 - Varsovia, Departamento de San Diego (El Salvador)
- Sobre la ventana del copiloto reposaba la adormecida cabeza de Andrés, acostumbrada ya a las vibraciones del carro. Veía a lo alto negras hileras electrificadas cambiar de forma, juntarse y divergir, a veces se difuminaban entre uno que otro árbol pereciente, perdiéndose al desviarse a la última carretera. A ésta la cubría una alfombra de difuntas hojas marrones y naranjas tostadas por el frío de fin de año, chocaban contra el parabrisas y caían de gran altura por el costado de la carretera.
- Gozaba la vista privilegiada del copiloto. Al lado: una gradiente se intensificaba con la distancia, convertía en azul el terreno de verde algodón y se detenía gris azulado en la silueta del volcán. Unos pocos árboles floreados y amarillos presumían su viveza de entre los verdes ya agotados con grises tiras de carreteras que se asomaban de entre ellos.
- —¿Ves todas esas calles? Por todo eso hemos pasado. —Comentó su padre.
- Atrás, la mirada perdida de su madre atisbaba algo en el paisaje que surgía al otro lado del vidrio. Y del sueño, yacía Diana en su regazo.
- Rápida pasó la mañana, y la tarde llegaba para asomarse con sus cálidos rayos naranjas, enemigos del gélido clima. Los absorbía el maltratado camino al pueblito, tortuoso al principio para el auto.
- "Bienvenidos a Varsovia". Leía en el arco de piedra, sofocada su blancura por aprovechadas enredaderas. Después, tiendas y casitas aparecían al tiempo al lado de la carretera, anunciaban la entrada a un pueblo grande.
- De asfalto a piedra cambió la carretera, que suavemente arrastró la camioneta a la entrada del pueblo.
- Como una muchacha tímida, así se dejaba ver el Varsovia. Lo bañaba un naranja —un poco más y en rojo se convierte—, el de los últimos rayos que aquel día tenía el sol. En su vientre había un parque, con pinos, altos y puntiagudos, vestidos con listones de arriba a abajo. Duros, apenas y oscilaban. Unos pocos locales se instalaban abajo de ellos, preparadas de seguro para un alegre evento del pueblo.
- Grandes casas de peculiar construcción lo acorralaban, en su tiempo construidas con la mejor madera. Pálidas, pero no maltratadas albergaban tiendas de cualquier tipo, algunas comedores, panaderías y farmacias.
- En sus arterias, Varsovia era recorrida por mujeres con cántaros y jornaleros a caballo, señoras mironas y energéticas ancianas.
- Niños vio pocos, enredaban los pinos con piscuchas improvisadas y detrás de ellos se ocultaban a jugar escondelero.
- Rodearon el parque y de las 3 calles repletas de viviendas, fueron por la del medio. Vio algunos autos envejecidos, esperaban dueños que nunca volverán.
- —La casa de la tía es la penúltima. —Indicó su madre.
- El sonido del motor cesó al lado del hogar. Era posible escuchar —fuera el auto—al viento caminar por las calles de Varsovia. Zarandeaba las flores del jardín de la tía y sacaba una suave melodía de sus campanas de viento.
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