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- El se levantó por la mañana como solía hacerlo, sus ojos aún llorosos, su cabello alborotado y sus sueños en la mano. Un día normal de otra aburrida semana, pensó.
- Procedió a tomar un baño mientras una plétora de pensamientos pasaba por su mente, después cambio su ropa y desayunó su cereal favorito.
- Acto seguido, salió de su casa y camino hasta el mercado local, donde abordó el transporte público que lo llevaría a su curso de arte, su Edén, el único lugar donde el hombre se sentía feliz y completo, era aquel lugar donde el hombre podía libremente tocar su guitarra sin causarle molestia alguna a nadie, en este jardín bíblico personal el hombre pasaba varias horas al día, pero el juraba que no estaba allí más de diez minutos.
- Después de esos diez minutos, el hombre regresaba rápidamente a su casa, pues la noche acechaba hostil, las estrellas artificiales no eran suficientes para disuadir a la maldad humana, y él estaba muy consciente de esto.
- Al regresar a su casa, el hombre tocaba su guitarra hasta que la fatiga lo vencía, entonces cerraba sus ojos y dormía, pero no soñaba. Nunca.
- El repetía esta rutina día a día.
- Tal parece que nuestro protagonista era víctima de la monotonía.
- Pobre hombre.
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